Hay un dicho que afirma que no hay nada mejor repartido que la razón. Todo el mundo cree que la posee por igual. Extrapolado al universo mediático, este parecer se transforma en la convicción de que las propias opiniones nacen del sentido común y se difunden por su propia racionalidad, mientras que las opiniones del adversario, por no decir enemigo, son torcidas y solo se sustentan gracias a la propaganda. Como suele ocurrir, si esta es la impresión general, la certeza basada en la estadística es que de cada cinco opinantes conservadores que mencionan el agit-prop del PSOE, dos o tres de los empleados de PRISA o Mediapro se lamentan de la propaganda derechista.
Pero el problema no está en la acostumbrada caradura de los agitadores de nuestro castizo conservadurismo. Lo preocupante es que cuentan con un asombroso soporte para, a fuer de repetir sus consignas, empapar a la sociedad de sus preferencias. Y lo digo porque cada vez que vengo a Madrid me sorprendo por ello.
La TDT ha supuesto en nuestra benemérita capital que sus conciudadanos puedan alimentarse con el rancho espiritual que les ofrecen Popular TV, Libertad Digital TV, Intereconomía, Veo TV, Canal 7, Telemadrid y La Otra, en cuyas parrillas no faltan, por supuesto, debates, tertulias, documentales y entrevistas donde uno puede continuar adoctrinándose después de leer ABC, El Mundo o La Razón. ¿Y el agit-prop zapateril? Como no sean Cuatro, La Ser y El País, donde lo ponen firme a cada paso, no creo que alcancen el rango de órganos de propaganda los modestos Público y La Sexta.
Pero el problema es otro. Vista la obviedad de que tales medios no representan la proporción que ocupan en la oferta mediática, ¿a quien representan entonces? Al capital acumulado, que encuentra en estas iniciativas un medio para reproducirse, perpeturarse y acaso sacar unas perrillas, aunque eso es lo de menos, pues precisamente suponen el entretenimiento de las perrillas sobrantes.
¿Cómo solucionarlo, pues? Limitando drásticamente, controlando y encauzando con autoridad, dicha acumulación ilegítima. Aquí se comprueba hasta qué punto el socio-liberalismo puede llegar a ser su peor enemigo, al consolidar las condiciones que permiten proliferar este tipo de adoctrinamiento. Seguramente no se atreva a meter mano en dichos chiringitos, encomendándose de nuevo a la sabia espontaneidad y al libre rechazo sentido por los ciudadanos, pero conviene recordar que su existencia deja en muy mal lugar eso de que uno de los valores definidores de nuestro país sea el 'pluralismo político'. Al final va a ser verdad que internet es el único medio constitucional.