Allá por los ochenta, cuando en España todavía coleteaba la resistencia antifranquista, el espíritu sesentayochista y cierta conciencia obrerista, una de las obsesiones de la gauche divine era la desmovilización civil. Con tanta huelga, asociación de vecinos, protesta y presión social no se podía gobernar cómodamente y las instituciones se vaciaban de sentido. La cobertura teórica la aprestaban liberales como Ralph Dahrendof, quien abogaba por la expresión de la voluntad ciudadana a través de los órganos de que se había dotado, mas no directamente, con manifestaciones, pancartas y proclamas, pues de ese modo el Estado se paralizaba. Entonces se acuñó la versión moderna de la distinción entre el gobierno responsable, con sentido institucional, y el populista: mientras el primero canaliza sus actuaciones sin excepción por medio de los organismos establecidos, el segundo se dirige directamente, sin mediaciones ni procedimientos, a la ciudadanía en su conjunto, o lo que es peor, a uno de sus grupos, normalmente el más numeroso y desfavorecido, al que consulta en referéndum cada dos por tres y al que satisface con medidas despóticas de carácter económico.
La vigencia de esta ortodoxia política durante tres décadas no podía pasar en balde. Atrofiado todo instinto de lucha social, o recluido éste en el ridículo desprovisto de finalidad, el panorama de la sociedad política, tal como ansiaba el primer liberalismo, se escinde en dos: por una parte, el entramado estatal, y por otra, una agregación de individuos incapaces de toda solidaridad activa y no caritativa*. Las consecuencias más directas son, por un lado, que los sujetos están (estamos) convencidos de que todas las problemáticas sociales han de encontrar solución y respuesta en las instituciones, y por el otro, que las demandas cívicas clamorosas carezcan de resonancia legislativa. Ahí están para demostrarlo tanto la actitud más frecuente ante la crisis, que en ningún momento interpela a la sociedad civil como principal agente de su resolución, como los oídos sordos que los sucesivos gobiernos han hecho a huelgas generales o a manifestaciones pacifistas.
Este hábito político, de esperarlo todo del Estado sin confiar en las propias fuerzas, no se aprecia solo en los hechos colacionados. Cuenta asimismo con daños colaterales menos visibles y pone además en evidencia hasta qué punto esta ética individualista contradice el funcionamiento mismo de un mercado libre, con el que equivocadamente se la asocia como su base antropológica más ajustada. Dos movilizaciones recientes nos recuerdan, valga la paradoja, hasta qué punto está desmovilizada la sociedad. Me refiero a la que los agricultores y ganaderos llevaron a cabo hace un par de fines de semana en Madrid y a la que ayer protagonizaron nuestros músicos. Ambas se caracterizan por una suma de individuos que comparten profesión, los cuales, ante una situación económica difícil, optan por sumar fuerzas en un solo día para pedirle soluciones, heterónomas, al gobierno. Después, cada uno a su santa casa, a seguir gastando las subvenciones europeas y culturales y a continuar lamentándose de su tan precaria situación.
Si hubiese un mínimo de espíritu asociativo y cooperativo las cosas podrían marchar de forma bien distinta. El problema de los bajos costes de la producción en la agricultura y la ganadería se deben, según manifestó el propio Rajoy, al oligopolio reinante en la distribución. ¿Qué problema hay, pues, en prescindir del mediador y organizarse por sectores o comarcas para distribuir los propios bienes? Pues el trabajo que cuesta organizarse, poner a la gente de acuerdo y salir del tractor para fundar cooperativas.
Con el problema de las descargas por internet sucede algo por estilo, aunque aún más desenfocado. Cuando las pérdidas del sector se equiparan a las bajadas de archivos se está ocultando el dato bien ostensible de que no todos los discos pirateados serían adquiridos en el mercado. Si hay tanta actividad de intercambio se debe precisamente a su gratuidad. Pero, de cualquier forma, también aquí se pretende resolver el escollo con prohibiciones y merma de derechos, en vez de con una respuesta colectiva de los productores. ¿Qué problema hay, en este segundo caso, con prescindir de productoras y distribuidoras, limitar la industria a los músicos y técnicos del sonido, ambos suficientes para colocar el propio producto en la red o en las tiendas de discos? ¿No está claro que si un disco costase 3€, que es lo que vienen a llevarse los autores por cada venta, el personal podría optar por descargas a bajo coste o por comprar directamente su cd?
Sin embargo, con este infantilismo disfrazado de madurez, con este Estado paternalista presentado como liberal, y con este oligopolio alabado como libre competencia, resulta mucho más cómodo patalear un par de días para que venga el gobierno a salvarte de los problemas.
* No suelo incluir en estas páginas, salvo en muy pocas ocasiones, los materiales que me sirven para el trabajo académico. Pero para apoyar esta afirmación me viene en mientes uno tan elocuente que merece la pena citarlo. Es la memoria de un fiscal de audiencia del País Vasco creo recordar que de 1904. En ella narra unos hechos asombrosos: acosada Bilbao por una lluvia de desahucios, los afectados terminaron explotando hasta el punto que hubo de intervenir el ejército. El detonante fue un lanzamiento más, la gente dijo basta, se lanzó a la calle con todo el mobiliario de sus respectivas casas y comenzó una guerrilla urbana que duró más de tres días, hasta que pudieron desalojar a los inquilinos con la intervención del ejército. Hoy, tiempo también de embargos, a lo más que llega el hombre es a presenciar por la mirilla como echan al vecino y volverse rezando para que no le caiga la misma desgracia del cielo.
7 comentarios:
Yo echo un vistazo por aqui todos los dias y te leo cuando tengo un rato.
Y si, la gripe se marcho tal y como vino. Ahora tengo la duda de si fue gripe A o gripe normal, pero bueno.
Pues habrá sido la A, que dicen que es la que cuenta con mayoría planetaria en estos momentos!
Yo también te leo, y disfruto mucho haciéndolo. Por cierto, una tontada: ¿cuántas te quedan para terminar? ¿empiezas el doctorado cuando te licencies? ¿pides beca FPI al finalizar?
Un saludo!
Sebas
Oye, si, te cuento, te cuento.
Mi desmovilización parte de un estado de ausencia de problemas reales y de la certeza (quizá errónea) que no puedo hacer nada para solucionar los que realmente me parecen reales y serios. Pienso en el problema de Aminetu Haidar, ¿qué puedo hacer yo para solucionarlo? Las colectividades se han disipado en un mar de individuos con intereses concretos y cortoplazistas....no sé, lo veo difícil!!!
Qué bueno verte por aquí de nuevo, Kiko! La verdad es que mi situación es similar a la tuya, aunque sigo siendo proclive al menos a manifestarme cuando la ocasión lo merece, y pocas convocatorias lo han hecho hasta el momento.
Lo de Haidar es duro. En términos éticos absolutos, que como ves implican el uso, o la advertencia, de la fuerza, cumpliría una amenaza contundente al despotismo marroquí para que deshiciese su decisión arbitraria de expatriación sin motivo. Pero eso malamente puede hacerlo España. Sí queda en evidencia la timorata tibieza de nuestro gobierno, conciliador de civilizaciones e incapaz de desembarazarse de criterios realistas.
En el fondo, lo de Haidar es, a pequeña escala, el problema de la descolonización irrealizada del Sahara. Esta pobre mujer, que ha pasado años en cárceles secretas marroquíes, está sacrificando su vida para hacernos presente esta causa pendiente e irresuelta. Pero su resolución, desde luego, no creo que pueda nacer de la sociedad civil, a no ser que nos encontremos con movilizaciones comparables a las que se hicieron contra la guerra de Irak, cuando estaban en juego, por la arbitrariedad irresponsable de unos dementes, miles de vidas, que, por cierto, han terminado expirándose.
Para este caso en concreto, creo que habrían de ser las instituciones las que funcionasen, en primer lugar la ONU, pero quizá también los gobiernos francés y estadounidense. Aunque la deploro, no estaría mal ver, por ejemplo, a China (y, ya que estamos, a Rusia) dándole un tirón de orejas al sultán y, ya de paso, a los sionistas, a ver qué hacía Obama. Posiblemente nada, a juzgar por sus pobres resultados en los lejanos desiertos...
Desde el movimiento socialista que aceptó la democracia (minoritario y repudiado en su seno), siempre se vio ésta como el arma que, infaliblemente, llevaría a cabo la revolución pacífica, parlamentariamente, dado que la clase trabajadora es mayoritaria (para el socialismo por definición, casi).
Quiero decir, supongo que estamos hablando de la misma sociedad civil que podría dar un vuelco al sistema económico actual votando en masa a IU o a Die Linke. Pero que no lo hace.
La misma sociedad civil que ante una cuestión como el Nou Estatut, mediática donde las hubiera, en vez de pasarse por el colegio, ese domingo se va a la playa.
La misma que, vaya por Dios, tras el mayo francés le otorga una victoria aplastante (60%) a De Gaulle. "La derecha silenciosa" es una expresión, feliz o no, que acuñaron los sociólogos de la época.
La misma, también, por qué no decirlo, que se sentó y firmó irresponsablemente las hipotecas que irresponsablemente se le concedían.
A esto iba Dahrendorf, a esto iba. Ach, mein Dahrendorf! Gute Nacht.
Muchas gracias por tu comentario, NSS. Siempre ilustrativo. Socialismo y democracia se encuentran, además de en el principio de la mayoría, en la repudia del dominio ejercido por una minoría y en el rechazo de las desigualdades cualitativas, que siempre son la base de aquel dominio.
Por lo que conozco de la historia alemana, hasta los espartaquistas quedaron en minoría frente a la decisión de si convocar una asamblea constituyente o intentar la revolución. No son entonces tan pocos los que optaron por la democracia. Otra cosa es que fuese un error matar a Rosa Luxemburgo y a otros tantos cientos en nombre de la democracia aliándose con los sectores más conservadores de la burocracia y el ejército. Aquel balón de oxígeno a costa de las energías revolucionarias fue una de las bases de la realidad posterior que todos conocemos.
Ya sabes que mi visión de la libertad no es apriorística, puesto que todo está mediado. Ya lo indiqué en el comentario sobre las elecciones alemanas: un voto a Die Linke supone bastante más energía que un voto a SPD o a la CDU; supone ir contra lo establecido --y lo establecido es evidente que condiciona la conducta-- y, además, creer que es posible lo que todas las fuerzas en que se apoya lo vigente se encargarían, llegado el momento, de hacer imposible.
Y en relación a lo del Estatut, qué puedo decirte que no hayan añadido las consultas de ayer...
Por cierto, intenté varias veces dejar un comentario a tu entrada sobre el exilio murciano pero no lo logré no sé por qué misteriosa razón. Te decía más o menos que yo situaba a Antonio Campillo en el republicanismo que por la facultad de Murcia practican gente como Villacañas, ahora en la Complu, y Rivera, buen amigo. No creo que sea el socialismo su línea. Y no es del todo despreciable la crítica a los gobiernos regionales del PP que sustituyen la red pública por una red de intereses privados que se encargan de servicios públicos. Algún impacto en la concepción de la ciudadanía puede que tenga, ¿no?
Y chapó por tu entrada sobre los derechos humanos, que suscribo por entero!
Un saludo
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