Sin tiempo siquiera para descansar, metido como estoy en una espiral de escritos, materiales de clase, lecciones e idas y venidas entre mi antigua residencia y mi actual querida ciudad, me es imposible llevar con un mínimo de regularidad este portal. Al final las devociones son arrinconadas por el peso de las obligaciones, pero como en definitiva es esta una página de desahogos, cuyo autor vierte en ella palabras más por necesidad que por deleite, no puedo menos que aparcar otros post abocetados para cuando goce de tranquilidad y dejar ahora constancia por escrito de mi opinión frente al ajuste del gasto público anunciado ayer por el presidente.
Para entender la dimensión del déficit, que de todas maneras continúa siendo sensiblemente menor al de países como Inglaterra, conviene refrescar la memoria y situarnos en los años 2007-2008, en el tramo final de la primera legislatura de Zapatero, para observar las decisiones de un ministro de finanzas neoliberal y las medidas adoptadas por el sedicente socialdemócrata que todavía hoy dirige el gobierno.
El primero se despidió de su cargo con la supresión del Impuesto de Patrimonio (1.600 millones de €), una nueva bajada en el tipo máximo del IRPF (del 45 al 43, que supuso dejar de ingresar unos 4.000 millones de €) y un descenso en el tipo del Impuesto de Sociedades (del 35 al 30, con la consiguiente pérdida para las arcas públicas de unos 6.000 millones de €). En rigor, y contempladas las cosas desde la perspectiva del anterior régimen fiscal, nos encontramos ante una trasferencia de renta por parte de la colectividad en su conjunto a la minoría acaudalada, a aquella que tributa (no que percibe en la realidad) por ingresos superiores a 60.000€ anuales, o por facturar más de 8 millones de euros en su empresa o por poseer patrimonios con un valor catastral (no real) superior a un millón de euros. ¿A qué se debió dicha trasferencia de renta?
No hubo, como gusta decir a nuestros conservadores, 'demanda social' que la exigiese. La excusa proclamaba que 'había margen y superávit' para acometerlas, lo cual significa una percepción absolutamente deformada de la realidad, pues desde la vía ferroviaria hasta los hospitales habrían agradecido inversiones que, sin embargo, devinieron imposibles. Mi convicción ha sido siempre que, al menos en parte, jugó su papel el hecho de que nuestros notables y pudientes gobernantes quisiesen adelgazar un poco sus tributos. Si calculamos la proporción de dirigentes afectados por las bajadas y las comparamos con la de ciudadanos beneficiados por ellas podremos comprobar que, mientras contentaron a una exigua minoría social, en la política oficial, desde la Garmendia hasta Sebastián, pasando por Rubalcaba y por todo el ala azul del hemiciclo, casi todos vieron su minuta de hacienda sensiblemente reducida.
Pero junto a esta burda auto-bajada de impuestos, también jugó su papel el dogma neoliberal según el cual estimular a las rentas más altas, a las productoras de oferta, redunda en beneficio de la economía, pues los ingresos no tributados se reinvertirán probablemente en el tejido productivo. Ya se ha visto que no es así, no solo aquí, sino sobre todo en los EEUU, donde practicaron hasta la extenuación las políticas de estímulo de la oferta. Y no ha sido ni puede ser así principalmente por dos motivos: porque, con un mercado especulativo que quintuplica la economía real, el capital se reproduce a sí mismo con más facilidad, rapidez y rentabilidad sin necesidad de invertir un solo real en la economía productiva; y porque, en la cínica creencia de que la armonía llega por el acuerdo libre de las voluntades, no existe un solo mecanismo legal que obligue a las empresas a reinvertir parte de sus beneficios en el tejido económico real, como sí sucede en otros países como --oh, escándalo-- Bolivia.
Así que gracias al ministro liberal nos adentramos en la crisis con 12.000 millones de euros menos, que depositamos en los escuálidos monederos de gente como Florentino Pérez, Botín y la duquesa de Alba. Pero la interpretación demagógica, populista, insolvente y zafia que Zapatero hizo de la filosofía socialdemócrata justo en tiempo electoral nos hundió aún más en la miseria. Primero fueron los 400€, infeliz invento del indocumentado Sebastián, que se tradujo en otros 5.000 millones de € menos y, por supuesto, en un impacto nulo sobre la economía real: ¡como si una derrama de 30€ mensuales fuese a levantar al país! Y después se sumaron los 2.500 € por nacimiento, sin distinción alguna de renta y necesidad y, de nuevo, entendiendo, more posmoderno, que la socialdemocracia equivale a cheques en metálico para que te busques por tu cuenta la vida en lugar de garantizar toda una red estable de servicios públicos prestados por profesionales bien remunerados.
Así las cosas, nos adentramos en la segunda legislatura con cerca de 20.000 millones de € menos. Solo para el presidente y sus consejeros la crisis resultaba impredecible. Toda la ciudadanía, en cambio, la veía venir. En los primeros meses, cuando comenzó la oleada de expedientes de regulación de empleo, el Ministerio de Trabajo llegaba a autorizar prejubilaciones de Telefónica a empleados de menos de cincuenta años, con el consiguiente coste para el Estado y la descarga ulterior para la corporación, que no por casualidad está presentando beneficios estratosféricos. Poco después se aprobó el igualmente propagandista y multimillonario Plan-E, costoso programa de parches que pronto se reveló incapaz de crear o estabilizar estructuras productivas. Y, entre medio, como bien recordaba Mar Fernández hace unos días, nos pegábamos el homenaje igualmente multimillonario de la 'corazonada-cabezonada' de Gallardón para llevar a Madrid los Juegos.
En fin, como puede apreciarse, por responsabilidad exclusiva de una política errática, derrochadora y carente de sentido social hemos ido a parar a una situación deficitaria y alarmante. El impacto que en la economía ha tenido cada euro gastado ha sido prácticamente inapreciable, exceptuando las subvenciones directas a la compra de automóviles, cuyo éxito no demuestra sino que el principal ajuste para reflotar la economía hubiera de realizarse por la vía de los precios, pues demanda, haberla, hayla.
Pero, para remediar el efectivo entuerto, ¿era éste el mejor camino? Creo sinceramente que no: tanto las imposiciones a Grecia como las sugerencias imperativas a España, además de haber puesto de relieve que vivimos mucho más bajo la dictadura del capital que bajo sistemas democráticos de soberanía popular, cuentan con el alto riesgo de producir un efecto de estancamiento de la economía por enfriamiento de la demanda.
Ahora bien, ¿existían más vías que las impuestas? Probablemente no: con un Estado sin presencia alguna en el sector productivo, esto es, sin capacidad alguna para generar sus propios recursos y riquezas más allá de los que buenamente provea el mercado libre, los organismos públicos están a merced de los inversores y de los compradores de deuda. Aquí, y en toda Europa, era imposible un gesto como el de Chávez, cuando se negó a pagar una deuda acordada por una minoría oligárquica sin representatividad y condicionada por el acreedor, el FMI, a la adopción de duras reformas neoliberales.
Solo una relativa autosuficiencia económica puede permitir al Estado desembarazarse de las constricciones, muy pocas veces justas, equilibradas y racionales, del capital. Y como no se tiene, la única vía es la de los ingresos y la del gasto. Que solo se haya tomado esta segunda vía, recortando en dependencia, ayuda al desarrollo y pensiones, sin que se intente siquiera como gesto simbólico retocar los primeros para revertir su situación, al menos parcialmente, a la que tenían en 2006, es precisamente lo que desmiente la vacía proclama del presidente de que el esfuerzo lo 'haremos entre todos', y principalmente las 'rentas más altas'.
En mi opinión, este señor ni representa a la mayoría ni goza de la credibilidad y la autoridad moral indispensables para seguir gobernando. Es precisamente este reparto tan desigual, y no la soportable merma de 100 o 200€ en nuestros salarios, lo que justifica por completo una huelga general.
Y, mientras, en los medios, con su consueta tendencia a buscar acciones racionales donde no existe más que irracionalidad, se anunciaba a primera hora de la mañana que la Bolsa había recibido con un repunte del 2% las medidas, y todavía por la tarde, cuando ya apenas subía lo que una jornada normal (un 1%), había algún diario poco independiente que recordaba el 2% matinal, sin poner al descubierto la verdad, que es la completa independencia y el absoluto descontrol del capital --o sea, de los sujetos y corporaciones que lo poseen y gobiernan-- respecto del trabajo, el esfuerzo y las reglas mínimas de la democracia.
Mal vamos, pues se está larvando un deseo insano de regreso de la autoridad para poner orden en dicho descontrol y transmitir seguridad que probablemente acabará materializándose, como siempre, del modo más monstruoso imaginable.
PS. He ido observando a lo largo del día las reacciones y efectos del anuncio de ayer. Parece que los sindicatos, como no podía ser de otra forma, comienzan a responder. Y el gobierno portugués, mucho más consecuente, y con el apoyo además de los conservadores, adopta medidas en las que se combina congelación (no reducción) salarial, subida de IVA, pero también incremento de tipos máximos en impuestos sobre la renta y de sociedades. De otra forma no se comprende ni se justifica.
PS2. Un escenario posible, ante la imprevisión gubernamental y la voracidad capitalista: una pareja de funcionarios, o de asalariados después de que la bajada se trasfiera también al sector privado, con una rebaja sensible de sus salarios de aproximadamente 400€, con una hipoteca en estos momentos soportable, ¿a qué horizonte se enfrenta cuando la inflación europea haga subir los tipos y cuando aquí, para compensar pérdidas y por efecto de la alzada del IVA, suban también los precios?¿con cuánta gente llevando una economía de guerra y estricta supervivencia se mantiene esto en pie?