Así se llamaba una peli de Woody Allen. Bastante buena, por cierto; pero no es de ella de lo que voy a escribir. Me he llevado prácticamente dos años sin radio en el coche. Al cambiarle la batería se descodificó y, cómo no, había olvidado por completo el código para reactivarla. Hasta que no he tenido que volver a llevar el coche al taller (¡por perder la segunda llave de repuesto!), no he vuelto a solicitar el código y a tener, después de introducirlo, el placer de reencontrarme con mis antaño habituales viajes sonoros.
He vuelto a comprobar que la radio, los tertulianos, los opinantes y la marea de publicidad, más que abrumarme, me exasperan, me ponen verdaderamente de los nervios. Escuchándola, solo me ha sucedido una cosa positiva: estaba deseando conectarme al blog para desahogarme contando tres o cuatro cosas. He recordado aquí al bueno de Ortiz, quien desde bien temprano escuchaba la radio en cualquiera de sus varios aparatos con el fin de 'inspirarse' para sus columnas. ¡Y es que hay tanto motivo para escandalizarse con solo encenderla!
Lo primero que me ha llamado la atención ha sido el tono del debate parlamentario. Esta mañana se celebraba una sesión de control al gobierno en la que, como viene siendo habitual, se ha tratado el tema de la crisis. La cosa era tan esperpéntica como expresiva de lo que tenemos (y sufrimos): por un lado, los populares recriminaban al gobierno haber aumentado la presión fiscal, porque aunque antes ascendía al 35% y ahora al 32%, 'el PIB es hoy bastante inferior debido a la crisis'; por otro lado, los socioliberales --por sumarme al más preciso término de Vicenç Navarro-- se defendían de las acusaciones conservadoras esgrimendo que habían bajado el impuesto de sociedades (2.200 millones de €), habían aumentado las desgravaciones en el IRPF (10.000 millones de €) y habían suprimido el impuesto de patrimonio (1.800 millones de €). En suma: el PSOE alardeaba y defendía abiertamente políticas fiscales regresivas y derechistas y el PP, como es habitual en esta derechona mezquina, mentía igual de abiertamente y con el agravante de la torpeza y la falsedad (¡cómo va a ser más el 32% de 100 que el 35% de 150, por dios!)
Pero no es esa la cuestión. El problema es otro, concretamente de formas y maneras: tras cada intervención, toda la bancada correspondiente aplaudía, gritaba y zapateaba jaleando a su cabecilla. ¿Es ésta la democracia deliberativa?, ¿a eso queda reducido el debate ilustrado de ideas, a consignas huecas, falsas o bien reveladoras envueltas en vulgar griterío? Que venga Jürgen Habermas y Adela Cortina y lo vean para después introducir correcciones en sus respectivas teorías...
Después vino la triste constatación que ya había olvidado: la producción de opinión pública y actualidad a nivel estatal está, como procede en un sistema pútrido y oligárquico, en manos de muy pocas manos. Adorno diría que el hecho de que entre quince o veinte tertulianos se repartan todo el pastel no es sino la expresión de la concentración del capital y, más abstractamente, una manifestación más del fenómeno que define nuestras sociedades: 'la concentración del poder y la generalización de la impotencia'. Pero descendiendo más a pie de obra, lo que puede contemplarse no es sólo que sean unos pocos los que marquen en España el sentido de nuestro presente político, sino que esos pocos son unos perfectos indocumentados, que no saben siquiera hablar en condiciones y que, al estar ocupados, más que en estudiar para opinar, en ir de escenario en escenario pasando el cazo, no formulan ni un sólo argumento brillante o esclarecedor. Sólo saben hablar para conservar su posición.
A la tarde, regresando ya de la facultad, he escuchado un interesante debate en Hora 25 sobre la situación de la izquierda europea mantenido entre Daniel Innerarity, Gregorio Peces Barba y José Mª Ridao. ¡Qué prepotencia la de esta gente que piensa que no hay más izquierda que la socialdemocracia devenida socioliberalismo! Como hoy Cotarelo en Público, para quien las europeas corroboraban el hundimiento de la izquierda 'marginal y cibernética', a despecho de los resultados franceses y portugueses.
Sólo cuatro puntos querría resaltar del jugoso debate entre estos venerables socioliberales (por cierto, ¿y la pluralidad?: ahora mismo la veremos). El primero se debe al diplomático y ensayista Ridao. Para él no hay diferencias entre los valores conservadores y progresistas, pues todos aspiran al bienestar, a la justicia, al reparto de la riqueza. Lo único que diferencia a ambas fuerzas son los medios desplegados para alcanzar dichos fines. No existe, empero, forma alguna, como bien dictaba Weber, de elegir racionalmente entre uno u otro fin, el conservador o el de izquierdas, mucho menos cuando estos son, como sostiene Ridao, idénticos. El problema es que razonando de tal modo se disculpa la barbarie y se cubre con un manto ideológico el antagonismo de los intereses realmente constitutivo de la sociedad. Claro que hay diferencias, y sustantivas, entre permitir saquear un país por razones económicas o poner la vida digna de todos y cada uno de los seres humanos, y la integridad de la naturaleza, por encima del beneficio privado. No son medios diferentes, sino fines opuestos y éticamente bien dispares lo que aquí apreciamos, y la política, como procedimiento para resolver conflictos pacíficamente --y este es el único valor que hay que compartir--, debe partir precisamente de dicha contraposición real, y no de una armonía inexistente.
Estado social y democracia parlamentaria. Ese es el modelo que, en segundo lugar, servía de trasfondo a las reflexiones de tan ilustres pensadores. Ha llegado el momento de zafarse del Estado del bienestar. Este pesado lastre, según nuestros avezados analistas, está en la base del declive de la izquierda. Se impone la necesidad de un Estado que dinamice la sociedad, o sea, que la encadene más al proceso de producción a cambio de una existencia automatizada, precaria y condenada a la autoconservación. Se trata, según el desatinado, torpón y casi senil Peces Barba, de sustituir el welfare State por el Sozialstaat de los años treinta, pues es injusta una protección universal que ampare también a los pudientes, dando así por sentado que deben existir eternamente poderosos y millonarios a costa de la fuerza de trabajo ajena y confundiendo además un Estado social, cuya finalidad última es graduar las riquezas para evitar posiciones ilegítimas de poder --o sea, la existencia de personas que reciban mucho más de la sociedad de lo que ellas aportan a ésta--, con un Estado asistencial, modelo conservador que intenta paliar la pobreza para evitar el conflicto y la marginación sin preocuparse por una emancipación real. Un Estado, además, que habría de funcionar según las reglas de la mayoría y la representación proporcional; ahora bien, desplegadas tales reglas por dos fuerzas de centro mayoritarias y consensuadas porque si no...
Una disyuntiva generacional observé en tercer lugar. Ya la había venido apreciando en intervenciones de Gabilondo, Rodríguez Ibarra, Leguina y el mismo González. Ahora confirmaban la situación la cohorte gonzalista de PRISA. Para Ridao, lo del gobierno actual no es 'juvenilismo' sino directamente sectarismo excluyente que ha expulsado a grandes talentos entre los seniors. Y para Peces, lo de Zapatero es improvisación, falta de preparación, una concatenación de dislates. No sabe uno si es que echan de menos su ascendencia directa sobre el poder o es que esta gente, haciendo el juego al conservadurismo, que no cesa ahora, el muy cínico y fiel a su tradición, de invocar a Felipe González y Alfonso Guerra, es sencillamente más de derechas que el mismo Zapatero del impuesto de los hidrocarburos.
Y por último, fueron los oyentes los que introdujeron al pueblo y el pluralismo en el debate. No pocos mencionaron a los movimientos sociales, a la izquierda transformadora, a la sociedad civil, a los colectivos no identificados con el socioliberalismo como alternativa real a éste. Como buen posmoderno alérgico a las contraposiciones ideológicas fuertes, Ridao eludió la réplica, saliéndose por la tangente. De formación clásica, aunque esclerótica, Peces sí salió al trapo, clamando contra los 'iluminados', conjurando las minorías 'peligrosísimas', atacando todo conato de izquierda 'autoritaria', como si no fuera autoritaria la izquierda que apalea a los anti-Bolinia y lincha a los que combaten el fascismo.
Lo que pasa es que con palabras tan rimbombantes queda al final oculto el asunto de que es perfectamente viable una política que no suprima, sino aumente, el impuesto del patrimonio, que no disminuya, sino agrave, el impuesto a las grandes fortunas, que no promueva, sino castigue, la estéril especulación financiera, que no libere, sino estatalice los sectores estratégicos, que no incentive el mercado inmobiliario, sino que lo intervenga expropiando viviendas vacías para garantizar el derecho a la vivienda. Y así podría continuarse enumerando toda una serie de medidas factibles descartadas por el gobierno y silenciadas por sus ancianos admonitores en beneficio, primero, de la hegemonía neoliberal y con el triste resultado, después, de arrojar en brazos de los nacionalismos ultraderechistas a la intelectualmente desmantelada clase trabajadora.
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