domingo, 11 de enero de 2009

Apuntes salvadoreños (IV)

La Sanabresa (dic. 2008). Para Crates de Tebas

No ya de este 2008 que expira, sino incluso de los últimos veinte meses, el acontecimiento principal, el que a todos nos mantiene en vilo, no es otro que la crisis financiera. Inexperto como soy en materia económica, mi estado actual frente a la vorágine informativa es de perplejidad permanente.


Se supone que existe un grave problema de liquidez, con la -según dicen- consecuente falta de fondos para continuar financiando a “empresas y familias”, como si éstas hubieran por fuerza de financiarse con créditos bancarios y no con la renta fruto del trabajo y la producción. Para evitar el desastre se ha movilizado ya aproximadamente un billón de dólares. ¿Por qué hace falta ese dinero: porque no se devuelven los créditos o porque los bancos prestaron más de lo que tenían? Si sucede lo primero, ¿no es entonces prioritario garantizar medios a los deudores para que solventen sus deudas? ¿y cómo dispensar tales medios si no es mediante inversiones en la economía real que reactiven el consumo y la producción? Pero si acontece lo segundo, y las entidades financieras pusieron en circulación aquello de lo que no disponían, ¿ha de quedar entonces impune dicha irresponsabilidad? Además, ¿de dónde sale tanta cantidad: de la emisión de deuda pública, de los presupuestos oficiales, de la simple impresión de papel moneda? Si ocurre lo primero, ¿no estamos difiriendo así el problema actual para el momento futuro en que haya que liquidar las obligaciones y letras del Tesoro? Pero si nos estamos financiando con los presupuestos corrientes, ¿no se está entonces practicando una descarada socialización de pérdidas? Y si sucede lo último, ¿no sería la prueba más palpable de que nuestro sistema económico es por entero y hasta su misma raíz de carácter virtual e ilusorio? ¿Merecería entonces la pena tanto sacrificio desolador en nombre de algo materialmente inexistente? Y por último, ¿de qué sirve continuar estimulando la oferta, con rebajas fiscales, subvenciones directas y abaratamiento de los costes de producción, si estamos, como bien reitera Vicenç Navarro, ante un enfriamiento de la demanda, causado por la precariedad e incertidumbre laborales? Son cuestiones que, a mi juicio, están quedando deliberadamente sin respuesta, consolidándose con ello ese rasgo de la sociedad liberal de someter al sujeto a procesos económicos que se le aperecen como fatales, objetivos e indisponibles.


Quizá todo el problema obedezca a un cambio de modelo que nos pasa inadvertido. El capitalismo, como vio Max Weber, germina y florece en un entorno ascético, de consagración austera a la profesión y de cálculo racional y previsor. Nuestro modelo actual, sin embargo, resulta indisociable del consumismo desenfrenado, la especulación galopante y la visión cortoplacista. De este modo el capitalismo ha terminado convirtiéndose en su peor enemigo. No es extraño contemplar ahora a constructores españoles, que hasta hace poco derrochaban sus abultadas ganancias en gastos suntuosos, reclamando la protección directa del Estado ante una supuesta quiebra inminente. ¿Ha de quedar entonces impune la gestión irresponsable? ¿Es eso el libre mercado?


Durante el frío otoño madrileño he conocido un vivo ejemplo de cómo los negocios pueden organizarse de otro modo, al viejo estilo weberiano. La clave está en dos convencimientos: continuar creyendo que el trabajo es la principal fuente del valor y que una empresa constituye, ante todo, una profesión a la que entregarse con esmero. Me refiero a un pequeño restaurante de comida castellana llamado La Sanabresa, de menús variados, bastante elaborados y a precios populares, compuestos de productos de gran calidad y servidos por unos camareros entusiastas y atentos, entre los que se encuentra el mismo dueño de la empresa.


No es casual que al entrar en él y contemplar el salón abarrotado, las mesas completas y las filas de clientes aguardando su turno, la crisis se ponga entre paréntesis en este pequeño oasis capitalista dentro del capitalismo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por la dedicatoria y por el texto, compañero. Esta vez te he visto más frankfurtiano que salvadoreño.

Poco puedo añadir a tus impresiones. Coincido plenamente en todas. Las referencias a Navarro y Weber me parecen muy acertadas y oportunas.

También coincido en lo del restaurante. Como sabes, mi familia gestiona un restaurante modesto y pequeño desde el año 1942. Allí trabajé más de seis años (cinco de carrera y uno y medio de oposición). Y el ambiente de esa casa, como podrás imaginar, poco tenía que envidiar al del mundo diplomático.

Un abrazo,

El cínico Crates.

Sebas Martín dijo...

Gracias por el comentario. Te mereces ese apunte y muchos más compañero. Yo sé que probablemente al decir lo que voy a decirte esté expresando tanto un concepto desfasado de la universidad como una sincera admiración, pero es que al leerte no dejo de pensar la falta que hacen tipos como tú enseñando al personal. Y lo digo porque yo, que a ello me dedico, aprendo mucho leyéndote. Era una forma humilde de reconocer tu magisterio!

Un abrazo