Este podría ser el titular de un diario de tirada nacional en un país democráticamente vigoroso y constitucionalmente alerta.
Hace aproximadamente dos meses, cuando hacía una perdida a mi novia para indicarle que había llegado bien a mi destino, en lugar del habitual contestador que indicaba desconexión o ausencia de cobertura, me respondió una voz mecánica invitándome a dejar un mesaje de voz que sería transcrito a un sms que le llegaría al titular de la línea desconcectada o inaccesible en esos momentos. Me ocurrió aproximadamente cuatro o cinco veces, en cada una de las ocasiones en que telefoneé a colegas con números Vodafone y estos tenían el móvil desenchufado. Escamado ante este nuevo servicio unilateralmente impuesto por la compañía a sus clientes sin su consentimiento, procedí a darme de baja en él, ya que sospechaba que era de pago. Ocurrió lo de siempre: derivaciones de llamadas a plantas de teleoperadores instaladas en Latinamérica, desconocimiento del problema por parte de los asistentes, personal sin preparación que esquiva y llega a colgar a los clientes... En fin, más de una hora hasta que por fin me desconectaron el servicio tras dos intentos fallidos y otro que creí efectivo, aunque comprobé que fue simplemente un engaño.
Alerté de esta triquiñuela a compañeros y amigos con números Vodafone. Uno de ellos llamó expresamente para informarse, recibiendo como respuesta que el servicio, siempre que no se usase dejando el mensaje de voz (después transformado en un sms), era totalmente gratuito. Y hoy leo en la prensa digita, en una noticia arrinconada, que Vodafone ha estado cobrando 'por error' a sus clientes llamadas a teléfonos apagados y fuera de cobertura con el dichoso Dicta SMS. La devolución -¡oh desgracia!- no se realizará de oficio, sino que habrá de ser solicitada expresamente por el interesado con indicación expresa de cuáles son las llamadas facturadas indebidamente. El problema es que, a no ser que uno sea tan previsor como para apuntar en un cuaderno sus incidencias telefónicas, tales llamadas son ilocalizables por indistinguibles de las restantes conexiones de pocos segundos.
Hace aproximadamente dos meses, cuando hacía una perdida a mi novia para indicarle que había llegado bien a mi destino, en lugar del habitual contestador que indicaba desconexión o ausencia de cobertura, me respondió una voz mecánica invitándome a dejar un mesaje de voz que sería transcrito a un sms que le llegaría al titular de la línea desconcectada o inaccesible en esos momentos. Me ocurrió aproximadamente cuatro o cinco veces, en cada una de las ocasiones en que telefoneé a colegas con números Vodafone y estos tenían el móvil desenchufado. Escamado ante este nuevo servicio unilateralmente impuesto por la compañía a sus clientes sin su consentimiento, procedí a darme de baja en él, ya que sospechaba que era de pago. Ocurrió lo de siempre: derivaciones de llamadas a plantas de teleoperadores instaladas en Latinamérica, desconocimiento del problema por parte de los asistentes, personal sin preparación que esquiva y llega a colgar a los clientes... En fin, más de una hora hasta que por fin me desconectaron el servicio tras dos intentos fallidos y otro que creí efectivo, aunque comprobé que fue simplemente un engaño.
Alerté de esta triquiñuela a compañeros y amigos con números Vodafone. Uno de ellos llamó expresamente para informarse, recibiendo como respuesta que el servicio, siempre que no se usase dejando el mensaje de voz (después transformado en un sms), era totalmente gratuito. Y hoy leo en la prensa digita, en una noticia arrinconada, que Vodafone ha estado cobrando 'por error' a sus clientes llamadas a teléfonos apagados y fuera de cobertura con el dichoso Dicta SMS. La devolución -¡oh desgracia!- no se realizará de oficio, sino que habrá de ser solicitada expresamente por el interesado con indicación expresa de cuáles son las llamadas facturadas indebidamente. El problema es que, a no ser que uno sea tan previsor como para apuntar en un cuaderno sus incidencias telefónicas, tales llamadas son ilocalizables por indistinguibles de las restantes conexiones de pocos segundos.
Total, un fraude a gran escala de unos pocos millones de euros, atendiendo al número de clientes y al coste de cada una de esas llamadas falsas. Como ayer decía, se saca aquí provecho de la consabida pasividad como actitud que se presupone (acertadamente) en el hombre cuando tiene el estómago lleno. No creo que supere el 10% la proporción de clientes cabreados que exigan sus tres o cuato euros robados. Tampoco creo que la multa estatal por activar servicios sin consentimiento o por cobrar indebidamente llegue siquiera al 10% de la pasta ganada en pocas semanas. Todos estamos, en definitiva, inermes ante situaciones como esta, para nada inusuales.