domingo, 22 de agosto de 2010

Sin título

Llevo tanto tiempo sin regresar a Meine Zeit, que, lleno de culpabilidad, casi evito abrir la página. Mi silencio se explica, cómo no, por cuestiones de trabajo. Preparo con mucho esfuerzo, y no sé si con éxito, algunos textos para la enseñanza de la historia del derecho internacional en la edad contemporánea y de la historia del derecho ―ahora en general, incluyendo civil, laboral y penal― durante el siglo XX, hasta la caída del Muro. También ando editando algunas fuentes inéditas de teoría política y del Estado redactadas durante la II República, alguna suscrita por un escritor famoso. Y, hasta donde me han alcanzado las fuerzas, he vuelto a repasar los mismos contenidos de siempre del alemán, aquéllos que se imparten en el nivel B1, del que no logro subir, por dar la espalda al idioma en cuanto regreso a España.
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No han sido pocos los intentos de ponerme a escribir algún apunte, pues, aunque encerrado trabajando en el Max Planck, ha habido estímulos y curiosidades que me animaban a hacerlo. En cuanto apreciaba el tiempo que la tarea me iba tomando, me invadía la culpa por no dedicarme a mis auténticas responsabilidades, y la abandonaba. Si hoy la retomo es porque, como excepción, y después de una noche ―corta, de cualquier modo: ya no son como antes― de despedida, me he regalado a mí mismo una jornada de lecturas, escaneos y caminata.
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He querido comentaros algunas anécdotas alemanas, ya fuesen ilustradoras de una inclinación reguladora y jerárquica hasta el exceso o de un modo de organizarse la vida social, laboral y económica que, según pienso desde que vine por primera vez, solo podemos envidiar e intentar emular. He querido también indicaros que he abierto un nuevo blog, Polemizando con Ignacio Camacho, de tono más polémico y directo, aunque sin incurrir por ello en el tono soez habitual en las abundantes tertulias ultraderechistas. Pero, ante la imposibilidad de ir actualizándolo como debiera, tanto por falta de tiempo como por no poder consultar desde aquí la página de ABC ―desconozco la misteriosa razón que me ha impedido hacerlo―, preferí anunciarlo a mi regreso.
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He querido hablar, y seguramente lo haré a la vuelta, sobre los resortes ―emotivos, racionales― que explican el ser conservador. De apariencia realista y moderada, los postulados conservadores han solido perfilarse en polémica con una concepción sublimada de lo que significa ser de izquierdas, la cual, en realidad, tergiversa, simplifica y distorsiona el núcleo materialista de las convicciones de izquierdas.
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He querido escribir sobre las disociaciones ideológicas en que vivimos instalados. Disociaciones que afectan tanto a nuestra estructura económica como política. Como sucedió en otros tiempos, se da en éste un marcado contraste entre lo que efectivamente está instaurado en la realidad y las categorías con que nosotros ―los agentes de dicha instauración― lo interpretamos. Por un lado, una vida económica explicada como sociedad artesanal y competitiva formada de emprendedores arriesgados; por otro, una vida política comprendida con categorías parlamentarias, democráticas e individualistas. La realidad, en cambio, muy poco se parece a tales representaciones, que sin embargo cuentan con una vocación normativa, con una vis reguladora y ética, que tampoco cabe desconocer.
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He querido escribir, por supuesto, sobre mis lecturas. Después del fantástico y dilatado recorrido por el retablo realista de Fortunata y Jacinta he concatenado con dispar fortuna una serie de lecturas contemporáneas. Schlink, y la corrección gramatical e historiográfica del jurista; Ishiguro, y la agilidad de una prosa puesta al servicio de la nada; Proust, al que siempre vuelvo para fascinarme y aprender, pero del que cada vez me voy alejando más, no por su legendario abuso de las subordinadas, que no me molesta, sino por la superficialidad de los detalles en los que se detiene y demora.
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Pero, sobre todo, Chirbes, Rafael Chirbes: los títulos precisos, cargados de significación ―Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de Madrid―; la historia política española contada por fin con una sensibilidad materialista, sin resentimientos, pero sin justificaciones ni equiparaciones, distribuyendo a cada cual ―ingenuidad, dogmatismo, crueldad, oportunismo…― lo que le corresponde. Chirbes y el oportuno recuerdo de que bajo nuestros pies, allá en el pasado, primó la barbarie, la subyugación, el sufrimiento, la violencia. Y Chirbes lo cuenta de un modo fluvial, por el que te deslizas, resbalándose los ojos por las páginas, devorando cada capítulo sin que ninguno llegue a saciarte, porque cada uno te ha dado tanto, te ha mostrado tanto y tan bien, que no puedes evitar el deseo de seguir recibiendo, como si en algún momento te fuesen a revelar el auténtico y doloroso secreto jamás contado del devenir español.