sábado, 27 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (III)

Las dos Cumbres (nov. 2008)

La función de este artículo consiste en describir y valorar acontecimientos de actualidad en España que resulten de interés en Latinoamérica. Inmejorable ocasión para cumplirla es opinar acerca de la pasada XVIII Cumbre Iberoamericana, con San Salvador ejerciendo de anfitrión y el problema de la crisis económica planeando en todas las reuniones.


Convengamos antes de comenzar que este mundo de las cumbres internacionales encarna de modo impecable las pautas de la política-espectáculo. Decía Guy Debord que la sociedad de la publicidad universal se basa en el secreto generalizado, y una buena prueba de ello la encontramos en el tratamiento periodístico que obtienen estos encuentros multilaterales. El público lector suele acceder a todo un repertorio de gestualidad diplomática, declaraciones solemnes, fotografías oficiales y anécdotas humorísticas. Lo sustantivo -la materia tratada, los compromisos adquiridos, las decisiones adoptadas- queda por regla general ocultado al público y, por consiguiente, sustraído del debate. Por eso no es de extrañar que la Cumbre Iberoamericana incomparablemente más famosa por estos lares haya sido la del “¿Por qué no te callas?” del rey Juan Carlos al presidente Chávez. En ella vemos bien plasmada la metodología espectacular referida: mientras que en la retina de todos quedó grabada la amonestación real, nadie pudo escuchar los argumentos que la provocaron, como tampoco los reproches de Daniel Ortega al empresariado español que levantaron al monarca de su asiento.


Con la última Cumbre ha sucedido algo similar. Durante todo un mes, hemos vivido intrigados por saber si finalmente el primer ministro español estaría presente en el encuentro del G-20 celebrado en Washington para “refundar el capitalismo”. Como consecuencia de esta prioridad informativa, la reunión de los jefes de Estado iberoamericanos ha sido contemplada por aquí a través de dicha preocupación: “Lula da Silva apoya la presencia de Zapatero en Washington”, “Bachelet estaría si la tuviese dispuesta a ceder la silla chilena al presidente español”, “Elías Antonio Saca pide que Zapatero actúe como portavoz de Latinoamérica”, rezaban los titulares.


Sólo interesaron, en efecto, las gestiones realizadas y los respaldos recibidos para poder asistir al G-20. Lo más relevante quedó de nuevo relegado y pocos conocieron la participación de los grupos sociales en la Cumbre, la próxima apertura de este foro a otros Estados y ONG’s o la misma Declaración de San Salvador, cuyos propósitos vuelven a evidenciar cómo las políticas públicas del bienestar constituyen un horizonte insustituible. Pero lo peor acaso no sea la ignorancia inducida de estos extremos sino el descuido estratégico, ya apuntado por el expresidente portugués Mario Soares, de no sumarnos a las iniciativas financieras, comerciales y energéticas que comienzan a ensayarse por allí con independencia de la tutela estadounidense. En lugar de colaborar con un modelo alternativo y emergente, a salvo por ahora de la crisis, estamos prefiriendo seguir las directrices de su primer causante. A ver cómo nos va…

martes, 23 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (II)

La inmigración y los afectos (oct. 2008)

Hace unos días, cuando iba camino del trabajo, tropecé con un antiguo compañero de la facultad. Abatido, me contaba las adversidades que su pareja, de nacionalidad rumana, estaba sufriendo para obtener un trabajo digno. Escuchando sus justificados lamentos, acudían a mi mente las aberrantes noticias que, desde hace meses, pueblan las secciones internacionales de cualquier diario.


A estas alturas, tras las miles de vidas ahogadas en el paso por mar hasta Europa, nadie negará el intolerable drama humano que supone el fenómeno migratorio. Otra cosa bien distinta es que exista un acuerdo sobre cómo afrontar este problema de muertes, desplazamientos forzados y marginación. A un alma cándida y racional pudiera resultarle un dilema fácilmente resoluble, con la condonación de la deuda externa y una inversión generosa y vigilante en cooperación y desarrollo. Las relaciones políticas y económicas transnacionales, sin embargo, no parecen guiarse por la racionalidad ni por la candidez.


De tenor bien diferente es la apreciación que aquí merece el inmigrante, siempre envuelto por una misteriosa capa de temor y productividad. Quizá lo que prime sea el miedo que suele suscitar la diferencia, difundido en España con pertinacia por aquellos medios informativos que insisten en asociar nacionalidad y criminalidad: «tres individuos de nacionalidad colombiana atracaron el pasado fin de semana cinco joyerías», se les oye relatar. De poco sirve para contrarrestar esta propagación de clichés la constatación de que la gran mayoría de inmigrantes vive, como puede, de su humilde trabajo.


No crean, en cambio, que la productividad de la población extranjera pasa inadvertida a nuestros dirigentes. La veda contra el inmigrante la abrió, sin duda, la llamada «directiva europea de la vergüenza», que, negándole el derecho de que gozamos los europeos a no ser encerrados sin previa sentencia judicial, lo convirtió en un sujeto infrahumano. Ahora interesa sólo en cuanto pueda contribuir, a bajo coste y sin causar molestias, a la producción de riqueza. Un ex-ministro conservador español denunciaba que los «inmigrantes colapsan los servicios de urgencias», negándoles implícitamente el derecho a la asistencia sanitaria. Una ministra italiana proponía atenuar su expulsión regularizando la situación de quienes cuidan a ancianos, para impedir así el regreso de la cuidadora de su madre. Por su parte, Alemania quiere facilitar la permanencia de los graduados universitarios, propuesta que probablemente se impondrá en la Unión Europea con la concesión de una tarjeta distintiva a los extranjeros profesionalmente cualificados.


Estas excepciones a la «directiva de retorno» no hacen sino confirmar la evidencia: sea por desempeñar labores penosas o por ocupar puestos relevantes, la inmigración ha impulsado el bienestar europeo. Pero, así entendida exclusivamente, cosificamos y deshumanizamos a los inmigrantes.


Mientras mi compañero continuaba hablando, me preguntaba, ¿qué ocurre entonces con los lazos afectivos que han comenzado a unirnos inextricablemente a ellos?, ¿por qué además de su impagable contribución económica no reconocemos también su valiosa aportación cultural y sentimental?

sábado, 6 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (I)

Un querido amigo, camarada de los inolvidables tiempos de la Erasmus -algún día escribiré sobre la utopía terrena que supone tal experiencia-, me ha invitado a redactar un artículo mensual para un dominical que él edita en El Salvador. Como me está permitido colgar mis textos una vez publicados allá, pues comienzo ahora con esta breve síntesis sobre las relaciones hispanoamericanas, con la ventaja además de poder incluir las primeras versiones extensas, con su título original, sin pasar aún por la tijera del editor.

América para España, España para América (sept. 2008)

En la ya larga historia de las relaciones entre España y América se han atravesado períodos bien diversos. El descubrimiento dio paso a una fase nominalmente civilizadora, pero materialmente colonial, evangelizadora y extractiva. Los habitantes de aquellas tierras tenían para los habitantes de ésta la entidad de puros objetos, los cuales fueron brutalmente instrumentalizados en beneficio de los sectores eclesiásticos y económicos que decían civilizar a los indígenas extraviados.


Pasados los siglos y los sucesivos genocidios, América se emancipó de una Metrópolis descompuesta, dando con ello una lección de liberalismo a los sectores más avanzados de la sociedad española de entonces. Se tendieron ahí las condiciones que hicieron posible unas relaciones de intercambio, más que de dirección y sometimiento. Aunque los próceres españoles continuasen ejerciendo su patronazgo intelectual, la cultura americana comenzó a ser estudiada con cierto respeto y reconocimiento.


Era, sin embargo, demasiado pronto para que el eurocentrismo cayese de su trono y España dejase de mirar por encima del hombro a sus vecinos americanos. La historia tuvo que mostrar que la ‘civilizada’ Europa estaba interiormente pútrida para que ambas sociedades, la americana y la española, se equiparasen. Esa nueva fase se vivió aquí con especial intensidad, pues de visitar las Américas para pronunciar conferencias, muchos españoles prestigiosos pasaron a refugiarse en aquellas latitudes para salvar sus vidas de la barbarie totalitaria.


Con la triste experiencia del exilio, la relación de intercambio se intensificó. Por un lado, muchos representantes ilustres de la intelectualidad española impulsaron el desarrollo de países como México, Argentina o Bolivia. Por el otro, iniciativas americanas como el Fondo de Cultura, el Colegio de México o la editorial Losada, ponían en circulación ideas que oxigenaban la atmósfera asfixiante de la España franquista.


Pero por vez primera, tal relación de intercambio se trocó en una relación de neto aprendizaje por parte de los españoles. La cultura americana, en cuanto desligada de los valores individualistas y economicistas que habían llevado a Europa al colapso, fue recuperada como alternativa frente a los dos bloques de la Guerra Fría por autores de la altura de Francisco Ayala. Mientras, bajo la dictadura, se invocaba de nuevo la España imperial y colonial.


¿En qué momento nos encontramos hoy? Desde luego, el hilo negro de la relación ‘civilizadora’ parece no haber dejado nunca de estar presente, a juzgar por la Exposición Universal de 1992 y la pulsión depredadora de multinacionales españolas establecidas en América. Tampoco ha remitido la tendencia de guiar los pasos de los habitantes americanos desde una presunta superioridad. Mas, a pesar de dichas persistencias, creo que hoy volvemos a situarnos en una fase en la que toca a España aprender de América, pues, detrás de todas las tergiversaciones mediáticas, oculta tras los conflictos interesados, late allí una enseñanza fundamental, olvidada hoy por estos lares: que los pueblos son dueños de sus destinos, que continúa teniendo sentido el deseo de convivir desde el respeto a la pluralidad y la dignidad de nuestros semejantes.