Apuntes sobre textos, vivencias, inquietudes e indignaciones
martes, 18 de noviembre de 2008
Las prejubilaciones de Telefónica
miércoles, 12 de noviembre de 2008
La espontaneidad del liberalismo conservador
Leyendo hace unas semanas en la Biblioteca Nacional una monografía del experto de las tradiciones de derecha en España, Pedro González Cuevas, volvía a percatarme de uno de los rasgos prominentes del liberalismo conservador, desde Alcalá Galiano al mismo Hayek.
Como es notorio y sabido, su axioma fundamental, en el que reverberan religión y tradición, consiste en considerar legítimas sólo y exclusivamente aquéllas relaciones y posiciones producidas por el desenvolvimiento espontáneo y autónomo de la sociedad, sin la menor injerencia por parte del poder político. Sabido es también -quizá hoy más que nunca- que tal axioma es una falacia, pues tanto en la historia como en el presente el liberalismo se ha apoyado, y se sustenta, en la actividad reguladora e impositiva del Estado. Lo que queda menos claro es que, tras su mendacidad, esta falsa proposición rinde provechos políticos continuamente.
En el estudio que sobre Acción Española hizo González Cuevas se documenta la irrupción de los sectores terratenientes, aristocráticos e industriales en la política en el año 1931. Ocultos tras las bambalinas del poder político, conformes y satisfechos con las decisiones de sus mandatarios, acudieron tras la implantación de la República a la primera línea del enfrentamiento político chequera en mano, financiando generosamente partidos, iniciativas y asociaciones de carácter netamente conspirativo, golpista y antirrepublicano. Lo mejor y más encomiable de todo es que quien se ha tomado el trabajo de reflejar sistemáticamente todas esas cifras delatoras ha sido un significado intelectual de derechas, lo cual acrecienta la credibilidad de la información facilitada.
¿Qué quiere decir esto? Pues sencillamente que quienes dicen tener fe en la espontaneidad social, imponiendo al Estado adherirse a la fisonomía real de la comunidad, son los primeros que saben que el rumbo de la sociedad política depende de las acciones concretas y terrenales de los hombres, de la correlación de fuerzas vigente en un momento dado, lo cual exige vigilancia, actividad y, sobre todo, movilización.
domingo, 9 de noviembre de 2008
¿Qué han hecho con Radio 3?
sábado, 1 de noviembre de 2008
Mis deseos para Izquierda Unida
El capitalismo está atravesando en la actualidad un momento de gran flaqueza y potencial descrédito. En teoría, por tanto, habría de ser una coyuntura extremadamente favorable para aquellos sectores, partidos y organizaciones que se colocan en oposición neta a éste, o que al menos manifiestan una crítica severa enmarcada en los parámetros estrictos del Welfare State de base democrática. En vista de lo ocurrido con Walter Veltroni, que ha cedido la alcaldía romana a un fascista, con el reciente giro ‘centrista’ del SPD, recibido con una disparada ventaja de la CDU en los sondeos, o con la derrota irremediable de Royal frente a Sarkozy y la próxima y creo que aún probable caída de Brown, parece ser que a favor de estas posiciones jugaría además el declive de la cínica, burguesa y desmovilizada Tercera Vía, la cual, o bien continúa fomentando la abstención y la teoría del mal menor, o bien se apercibe de que imprimir un rumbo de izquierdas en la sociedad exige aliarse con fuerzas críticas con el capitalismo. Sólo la memoria colectiva reciente, que asocia la transformación social con el desorden, el sacrificio, la incomodidad y, en última instancia, el autoritarismo y la represión, juega en contra de estos colectivos. Pero esta circunstancia sólo frenaría a las corrientes comunistas y anarquistas, mas no aquellas otras defensoras de un Estado pluralista y socialmente protector.
Pues bien, mientras las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia en Europa, como Die Linke, cuentan en la actualidad con expectativas electorales razonablemente buenas, Izquierda Unida se hunde sin algún pronóstico de recuperación, entretenida como está, en esta coyuntura tan estratégica, en ‘depurarse’ internamente. A mi entender, el único remedio estriba en la separación final entre los comunistas ortodoxos y los izquierdistas que no son (somos) alérgicos al pluralismo y las libertades individuales clásicas. Si observamos bien, ambas tendencias son incompatibles entre sí, pues la primera se basa en una ‘organización burocrática’ (Castoriadis), estructurada en torno a un dogma y dividida entre un sector dirigente y otro militante, y la segunda se organiza según patrones algo más liberales, de consensos mínimos, debates horizontales y apertura, descargada de dogmas prefijados, a la complejidad contemporánea.
Creo que la irrupción de una nueva fuerza política desligada de cierto comunismo trasnochado e intelectualmente insolvente y, por otro lado, crítica con el capitalismo y con la dirigencia acomodaticia, y también privilegiada, de la socialdemocracia, sería capaz de aglutinar en torno suyo a buena cantidad de descontentos errabundos, entre los cuales, he de confesarlo, me encuentro. La pena es, por tanto, que muchos militantes valiosos de la coalición insistan en hallar una fórmula de convivencia para salvarla en lugar de, con valentía, arrojarse a la tarea de fundar una nueva formación.