jueves, 16 de octubre de 2008

¿Por qué continua cayendo la bolsa?

Vivimos rodeados de ficciones y de mitos. Frente a la imposibilidad de conciliar el ritmo frenético de la producción y la competencia con el sosiego imprescindible para examinar y comprender lo complejo, han cobrado auge y práctica exclusividad las explicaciones monocausales, unilaterales, sencillas, aparentemente transparentes. Una transparencia, en efecto, que no hace sino ocultar alevosamente lo complejo, o incluso lo arbitrario, lo desprovisto de racionalidad y sentido porque su sustancia responde a parámetros esquizofrénicos.

Eso acontece con la bolsa, dechado de racionalidad instrumental pura para el fundador de la manida ética de la responsabilidad (Weber), espejo fiel, para mí, de los rasgos más prominentes del capitalismo virtual que ha dado la espalda al hombre. Causa hilaridad leer las explicaciones sencillas de los vaivenes de la bolsa: responde a la subida del petróleo, reacciona ante la bajada de los tipos, sube por estímulo de las últimas decisiones gubernamentales, se congela a causa de los últimos datos del IPC... De este modo se racionaliza lo que en realidad se produce por multitud de decisiones individuales, inspiradas por factores diversos, y movidas, no por ningún principio racional de ahorro y producción, sino por el destructivo axioma de maximizar el beneficio aun a costa de la estabilidad económica de países, empresas y ahorradores. Todas esas explicaciones a posteriori no hacen sino recubrir con un manto legitimador lo que en realidad se asemeja a, o más bien se identifica con, un salón de apuestas.

Lo curioso es que son tan torpes que ni siquiera se toman la molestia de enlazar las premisas de su propaganda. Por un lado, insisten mucho en la idea del capitalismo popular, en la supuesta participación casi universal de los ciudadanos en los beneficios arrojados por el mercado de valores. Nada importa que noticias empíricas demuestren que más de dos tercios del Ibex-35 está en manos de veinte familias españolas bien conocidas. Por otro lado, parece que la crisis actual se caracteriza por una sequía sin precedentes, que afecta no sólo a entidades financieras, sino también a particulares y empresas. ¿No será entonces que la bolsa continua bajando porque, aunque hayan caído las acciones, hay mucha gente que está necesitando convertirlas en dinero contante y sonante para afrontar sus deudas? O es que entonces era mentira que muchos ciudadanos de a pie invertían ahí sus ahorros, de los que, claro es, habrá que echar mano cuando se les necesite, que para eso están.

martes, 14 de octubre de 2008

José María Lassalle

Vaya por delante que quien da título a estas líneas me merece todo el respeto como intelectual y político conservador, a diferencia de lo que me suscitan los tipos incendiarios y endebles que han proliferado por la multitud de medios derechistas activos en nuestro país. Ha sido uno de los que con más tesón han aupado a Rajoy hasta el podio de la democracia cristiana española, desplazando la voracidad neoliberal de la señora Aguirre.

Le menciono hoy aquí porque acabo de leer un artículo suyo en El País (¿por qué no escribe ya en ABC?) en el cual pueden encontrarse algunos de los subterfugios argumentales del liberalismo conservador. Enumerémoslos:

La edad de las ideas. Para Lassalle, y para todos los conservadores, las doctrinas socialistas son inservibles porque son cosas del pasado, 'superadas por la historia'. Que la validez de una teoría política esté ligada a su presunta actualidad no implica el hecho de que, desde Santo Tomás hasta Adam Smith, desde las doctrinas que ampararon la inquisición hasta aquellas otras que ampararon la explotación más bárbara, puedan continuar vigentes, de modo expreso, en su discurso. El paso irrevocable de la historia sólo tiene efectos anulatorios en el caso del socialismo.

La persistente bipolaridad. Porque para Lassalle, y para los conservadores, la izquierda tiende aún a retrotraerse a fechas anteriores a 1989, persistiendo, por tanto, el dilema entre el comunismo y la libertad. Son así ellos los que, interesadamente, mantienen vivo el tan rentable fantasma del comunismo opresor para instituirse en baluartes eternos de la libertad. Dejan con ello de tener en cuenta que quienes criticamos severamente la irracionalidad capitalista no lo hacemos para sostener un sistema opresor, sino sencillamente para defender un Estado del bienestar caracterizado por una protección sólida y universal de los derechos sociales e individuales.

La gran mentira. Porque para Lassalle el liberalismo capitalista es del todo irrenunciable debido precisamente a que ha posibilitado el mayor grado de riqueza existente en la humanidad y, por consiguiente, el más óptimo reparto de recursos y beneficios jamás operado en las sociedades. La historia reciente se caracterizaría por la 'lucha del comunismo y el fascismo frente a la democracia liberal', y la final, y cuasi providencial, victoria de esta última, primero frente a los fascistas, y después ante el comunismo. El relato puede ser, por el contrario, otro bien distinto: el liberalismo patriarcal, racista y de democracia oligárquica fue creando bolsas de marginación, pobreza y exclusión formidables que, precisamente gracias a doctrinas humanizadoras como el socialismo, fueron organizándose para combatir las causas de su exclusión. Cuando el combate llegó hasta el punto de tomar las instituciones estatales por medio de la democracia, muchos de los adalides del demo-liberalismo no tuvieron mayor problema en metamorfosearse en fascistas, irracionalistas y demás reaccionarios. Se les venció, en efecto, y se tomó nota de los desmanes cometidos, elevando en la segunda posguerra hasta un ámbito intangible los derechos individuales y sociales, precisamente por inspiración del movimiento socialista. Hoy, que se olvida este relato, y que no existe un polo geoestratégico que lo defienda por la fuerza, retornamos de nuevo a la barbarie del liberalismo capitalista.

Provincianismo. Pero es que lo peor del discurso liberal, desde Smith hasta Lassalle, es su ombliguismo provinciano, su paletismo nacionalista. ¿Es que acaso el capitalismo lleva dos siglos funcionando sin producir miseria en derredor? ¿Es que nada significa el colonialismo? ¿Es que seguiremos pretendiendo pensar universalmente teniendo en cuenta solamente las realidades de nuestro patio particular occidental?

Menos mal que es un tipo sincero y advierte preocupado que las críticas pueden hacer que se desvanezca 'el relato' legitimador del capitalismo financiero. De eso se trata, estimado Lassalle, de despertar del sueño, como invitaba hace poco Zizek también en El País.

lunes, 13 de octubre de 2008

Perplejidades ante la crisis

Si toda la crisis que atravesamos se debe a la falta de liquidez, ¿cuál está siendo la causa de esta falta? ¿Los créditos no están siendo devueltos, los bancos han prestado más de lo que tenían disponible o ambas cosas a la vez? Si está ocurriendo lo primero, ¿no será entonces más inteligente activar medios que aseguren a los particulares, sean empresas o familias, el pago de sus créditos que dar dinero barato a los bancos para que continúen prestando? En muy pocas ocasiones estoy teniendo oportunidad de leer alguna noticia sobre embargos masivos o quiebras numerosas de pequeñas y medianas empresas, pero si de eso se trata finánciese entonces la actividad económica material y no a las entidades financieras, que mantendrían intactos sus derechos como acreedores, quedarían impunes por llevar a cabo una política crediticia irresponsable y, por si fuera poco, contarían con más madera para seguirla quemando del mismo modo.

Porque, ¿cuánto líquido hace falta para sanear a las entidades bancarias y financieras? Desde el verano en que estalló la crisis los bancos centrales, y ahora los gobiernos a través de los tesoros públicos, no han cesado de 'inyectar' líquido en el sistema financiero. Alguien sabe cómo y cuándo se devuelve ese dinero. Si ya no existe el patrón oro, ni referencia material alguna que limite la emisión de moneda, ¿qué cuesta inyectar dinero sin cobrarlo después, con el descarado fin de lubricar la máquina para que siga funcionando?

Pero si, en efecto, todo este dinero cedido a los bancos ha de ser devuelto, y tiene como finalidad garantizar la posibilidad de seguir ofreciendo créditos, ¿no nos estamos entonces condenando de por vida a vivir de lo que no tenemos, a producir sin haber saldado nuestras cuentas? Tomando ese camino entonces no se está haciendo más que engordar el problema y sentar las bases para un colapso de más envergadura aún.

La cuestión no está en garantizar concesiones de créditos baratos para que las 'familias y las empresas sigan financiándose' y la economía continue creciendo. El problema radica en garantizar el pago de los préstamos para que, una vez amortizadas las deudas, puedan funcionar con mayor holgura tanto familias como empresas. Y eso sólo se consigue invirtiendo en economía material y tangible, por ejemplo, gastándose todo ese porrón de millones que va a ir a parar a los bancos en un plan formidable de infraestructuras públicas que garantice la actividad empresarial y el empleo. Sólo la economía real puede estar en la base de un crecimiento sólido; la economía especulativa demuestra una y otra vez que las rentas del capital en particular, y la lógica del crecimiento contínuo en general, tienen una dimensión estrictamente esquizofrénica y absurda.

PS1. El capitalismo es inmoral porque lo que propugna no es universalizable; antes bien, el intento de universalizar el consumo desenfrenado es un factor potentísmo de descomposición social.

PS2. Benigno Pendás, conservador asiduo en ABC, precisa hoy: Liberalismo no significa abstención del poder político. Consiste en la separación entre Estado y sociedad, de modo que aquél no quiere ni puede interferir en el orden social, concebido como un orden natural. No sabe este señor que precisamente la aporía -diría que la miseria- del liberalismo reside precisamente ahí, en no percatarse interesadamente del hecho de que la intervención (artificial) del Estado impide entonces hablar de orden natural y espontáneo. Y es que para el nacimiento, apogeo y sostenimiento del capitalismo ha hecho falta mucha regulación y coacción por parte del poder público.