Una ocasión como la presente, de guerra de algunas potencias "contra un dictador", ofrece una oportunidad inmejorable para reflexionar acerca de la naturaleza propagandística de la información y también sobre las mediaciones políticas de nuestra percepción.
La premisa fundamental, que es la falta absoluta de información veraz acerca de lo que sucede en Libia, jamás resulta enunciada. En lugar de acabar con nuestro desconocimiento, los titulares periodísticos y las opiniones de tertulianos transmiten una imagen esquemática y sesgada del conflicto. Se afirma, por ejemplo, que con esta intervención se trata de "bombardear a Gadafi" (Sarkozy dixit). Como se comprenderá, semejante frase no sirve ni como metáfora que oculte la realidad, que no es otra sino esta: lanzamiento de misiles y bombas sobre infraestructuras, el ejército y la población civil que apoya al dictador.
Otra de las expresiones que sirve tanto para desinformar como para legitimar la guerra pretexta que "Gadafi estaba masacrando a su pueblo", que esta guerra es para evitar "las matanzas de un dictador contra su sociedad civil". Tales asertos resultan discutibles. Es, sin duda, una ficción malintencionada pintar aquel conflicto como la oposición entre un asesino y su pobre pueblo. Si así fuese, si los enunciados anteriores describiesen con un mínimo de fidelidad la realidad, no habría que intervenir en absoluto, pues ya se bastaría y se sobraría todo un pueblo para derrocar a un gobernante asesino. Parece, por el contrario, que, pese al lenguaje preformativo, todas las evidencias muestran una guerra civil entre una parte considerable de la población que apoya al dictador contra otra no menos numerosa.
Llegados a este punto, se llega entonces a otro nivel argumental. Se reconoce, en efecto, que en Libia se estaba librando una guerra civil. ¿Qué hemos hecho entonces nosotros? Según los partidarios de la intervención, "impedir una masacre" por parte de Gadafi, no ya contra toda su población, que es una mentira descarada, sino contra los rebeldes. Esto puede encerrar parte de verdad, pero la afirmación requiere ser completada, pues hemos impedido, efectivamente, la victoria del bando oficial, pero a costa de abrirle el paso al bando rebelde, que avanza a golpe de cañón y balas y probablemente masacrando a la parte de la población que apoya a Gadafi.
La intervención extranjera, pues, no ha venido a evitar una guerra civil, sino a recrudecerla alterando su desarrollo e inclinando la balanza a favor del bando que presumiblemente iba a ser derrotado. Pocos son los periodistas y políticos que llegan hasta este punto, porque si lo alcanzan, se impone entonces un interrogante que nadie llega a responder con datos fehacientes: ¿cuáles son las razones materiales que nos llevan a apoyar al bando sublevado en detrimento del bando gubernamental? Como respuesta, solo puede leerse la vaga y tímida contestación siguiente: "la intervención es legítima y justa porque la facción rebelde, a semejanza de lo contemplado en las restantes revueltas árabes, lucha por la libertad y la democracia".
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¿Se está seguro de eso? ¿Hay algún periodista, corresponsal o tertuliano que haya realizado una descripción solvente de la naturaleza y reclamaciones del colectivo rebelde? Hasta donde llevo leído y escuchado, no. Por eso es éste mi principal reparo a la actual intervención. Quienes asimilan a los rebeldes libios a los manifestantes de El Cairo o Túnez van contra la evidencia de que en ningún momento, al menos que yo sepa, han circulado imágenes de marchas y concentraciones multitudinarias clamando por reformas democráticas en las plazas públicas. En Libia, prácticamente desde el comienzo, lo que hemos apreciado ha sido a un colectivo armado intentando tomar el control sobre parte del territorio. De hecho, por lo poco que he podido leer de análisis riguroso, parece que la conflictividad responde a tensiones de carácter regional, de dominio de élites sobre sus propios recursos y territorios con independencia del gobierno más que de masas reivindicando apertura democrática para toda Libia.
Pues bien, si el análisis de la conflagración queda empañado por un lenguaje simplificador, esquemático y legitimador, en última instancia, de la guerra, ya en España se arruina del todo por la pantalla distorsionadora del enfrentamiento entre los dos partidos mayoritarios. Lo que prima por estos lares es, desde la derecha, demostrar que Zapatero ha sido, una vez más, incoherente, ahora respecto de su negación a la guerra de Irak, y, desde el liberalismo social (PSOE), subrayar las diferencias entre esta intervención y la realizada contra Sadam Husein. Un problema de tanta gravedad resulta así absorbido por nuestra cansina dialéctica bipartidista, no dejando espacio ni lugar alguno a la reflexión y el análisis desapasionados.
Axfisiante, pues, tanta deformación lingüística y tanto debate preconstruido, y si no lo creen, asómense a cualquier tertulia vociferante de nuestras noches televisivas. No se aprende ni se obtiene la más mínima reflexión instructiva, entre otras cosas, porque cuando alguien independiente va a pronunciarse ya se encargan de interrumpir los mercenarios disfrazados de tertulianos.