viernes, 15 de agosto de 2008

Democracia y capitalismo (I)

El exceso de información y de actualidad nos condena a la ignorancia y el olvido. En estas últimas semanas, se han sucedido vertiginosamente varias noticias relacionadas con los sistemas políticos latinoamericanos de cariz socialista. Alguna de ellas ya ha sido enterrada por el aluvión periodístico ulterior: ¿alguien sabe, por ejemplo, qué tal van las negociaciones para la compra por parte del Estado de la filial del Santander en Venezuela? Alguna cosa pensé escribir al respecto, básicamente que no comprendía tanto aspaviento ante una operación remunerada -no ante una expropiación- que, caso de gestionarse con acierto, podía demostrar algo tan sencillo como acuciante para la ética colectiva: la posibilidad de colocar la producción económica y el tráfico mercantil en función de una mejora universal de las condiciones de existencia.

Si me animo a comentaros algo de un asunto colindante es tanto porque temo que se disuelva en el torrente informativo como porque creo sinceramente que en él se concentra toda la problemática que se cierne sobre los sistemas democráticos de mercado libre. Me refiero, cómo no, al caso de Bolivia y a los resultados de su reciente referéndum revocatorio. Concentrémonos en los aspectos sociopolíticos que este suceso pone de relieve y dejemos de lado la ignominiosa campaña de algunos medios, especialmente de El País -en este aspecto indistinguible de El Mundo o ABC-, exultante cuando los resultados en el departamento de Santa Cruz arrojaban una derrota estrepitosa de Evo (80% vs. 20%) y aséptico y lacónico cuando, hoy, con el 96% de los votos escrutados, la proporción se ha equilibrado (60% vs. 40%).

Unidad y división. Todos los medios conservadores, aun los disfrazados de progresistas, reprochan al presidente boliviano que provoque la división social con sus medidas económicas y culturales. La forma, constantemente publicitada, que adopta dicha división es la desobediencia activa de capas multitudinarias y confortablemente adaptadas al estado de cosas anterior. Estos sectores tachan a las nuevas directrices gubernamentales de dictatoriales porque las viven como una imposición heterónoma que socava las bases de su existencia privilegiada o segura. La cuestión que hemos de plantearnos es si tal división viene provocada por las medidas socializadoras o si, más bien, las precede, aunque su existencia no tuviese la forma de una arisca reluctancia pregonada a los cuatro vientos. ¿Nadie recuerda ahora las revueltas campesinas bolivianas de los años noventa contra la privatización de los recursos naturales? ¿Por qué aquellas medidas económicas no eran divisivas, sino objetivamente indispensables para la modernización del país, mientras que sí lo son, en cambio, las actuales propuestas nacionalizadoras ampliamente respaldadas? En lógica sincera y desapasionada, habríamos de convenir que la división (de clases y razas) preexiste al actual gobierno y fue creada y fomentada activamente, represión y opresión mediante, por los anteriores dirigentes liberales; sin embargo, en su forma actual, la minoría socialmente poderosa ha dejado de monopolizar los medios de control político, si bien continúa teniendo los instrumentos necesarios para oponerse al Estado con tanta o más fuerza de la que éste dispone, de ahí el mayor impacto aparente de la fractura actual. Parece entonces que la estructura del capitalismo, donde anida siempre el huevo de la división (económica), resulta incompatible con la democracia, que requiere para ser eficaz una relativa homogeneidad en el poder social ostentado por cada uno de los miembros y grupos de que se compone la comunidad. Por tanto, para evitar estos callejones sin salida, o bien se restringe severamente la posibilidad del privilegio económico, lo cual implica una ordenada y masiva intervención pública en la producción y la distribución de los bienes, o bien se cercena la democracia sustrayéndole su principio rector de las mayorías y reduciéndola a un sistema donde participen solo los grupos sociales predominantes (o donde la participación de los grupos sociales dominados sea coherente con las pautas de los dominantes), o bien se concluye que la forma de gobierno más ajustada a la producción capitalista es la dictatorial.
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Pluralidad y mediación. Al diagnóstico de que todos los males se coagulan en la división producida por las medidas socializadoras sigue, casi de modo matemático, la propuesta de buscar vías de mediación y composición entre los grupos enfrentados. Nada habría que reprochar a este consejo si tras él no latiese el propósito, a veces transparente, de que la solución está en el desestimiento, en la 'sensata' y 'realista' comprobación por parte del socialismo de que la estructura económica es inmodificable mediante el uso de la autoridad política. Es decir, tras ese consejo no existe sino una invitación a no perturbar la situación de la minoría económicamente poderosa, en lugar de la más pertinente recomendación a ésta de que, siendo la situación privilegiada en la que vive una distorsión forzada del equilibrio social, debe avenirse a modificarla sustancialmente. Véase que la cadena de razonamiento conservadora y antidemocrática -secundada, como digo, por gran parte de la 'progresía' española- es del todo coherente: la unidad social ha sido alterada por medidas que no se ajustan a la estructura interna de la comunidad -menos mal que esa estructura interna no es de carácter espiritual y nacional-, por tanto, para recobrar la paz social se exige una vuelta al redil de Evo y sus secuaces, que comprendan los límites inquebrantables y las fronteras intraspasables de la actividad política. La cadena de razonamiento democrática ha de ser justo la inversa: la estructura social nunca es unitaria, sino plural; se caracteriza por la lucha agónica por el poder político con el empleo de medios discursivos; su conquista y su ejercicio no pueden consistir en la eliminación física o la neutralización social del oponente, quien ha de disponer de recursos a su alcance para hacer valer sus convicciones; por tanto, el estado de la minoría se caracteriza por la garantía y el respeto de sus derechos básicos (vida, propiedad, opinión, pensamiento, movimiento, domicilio...), no de sus privilegios (propiedad de medios de producción), y por la posibilidad de participar en el proceso de toma de decisiones políticas con la fundada esperanza de ser capaz algún día de ejercer el poder. La crítica que debe formularse entonces desde esta perspectiva, más que a Evo, quien no cesa de hacer llamamientos a la concordia y la lealtad, es a la minoría disconforme, siempre presta a colocarse fuera de la jurisdicción estatal y de los mecanismos de composición democrática, como demuestra su ausencia (también en Venezuela) de las Cámaras representativas cuando los resultados electorales no les favorece.
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Ahora he de marcharme. Dejo para mañana los dos extremos que aún me parecen de interés: el que opone soberanía nacional y soberanía popular y el que contrasta las esferas de la economía y la política.

lunes, 11 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (IV)

...y posmodernos a secas

Ya que os mencionaba antes a un posmoderno reaccionario, o, más bien, a un reaccionario disfrazado de posmoderno, me viene a la mente un posmoderno a secas con el que también me he topado en estos días, a quien ya conocía por algunos artículos y por quien profesaba, algo apresuradamente, cierta admiración: Enrique Vila-Matas.
Como vi el otro día a buen precio su Bartleby y compañía en las ediciones rústicas de Anagrama (las de bolsillo de esta casa no están nada mal, pero este título en concreto aparece en otra serie de discutible calidad, en la que se publicó también La conquista del aire de la Gopegui), pues sumé el citado título al de Doctor Pasavento que mi amada madre me regalase hace un par de navidades. De Bartleby tenía muy buenas vibraciones, desde las meramente intuitivas provenientes de su título evocador del cuento de Melville hasta las procedentes de recomendaciones explícitas de Carlos Boyero y de alguna sugerencia furtiva de António Lobo Antunes.
No ha bastado, en cambio, con tener la mejor predisposición hacia el autor y su obra para que me pasase desapercibida la vacuidad posmoderna que atraviesa su relato. En resumen, y por expresarlo con rotundidad, lo que Vila-Matas ha creído descubrir en su texto es que el género del ensayo puede tener concomitancias literarias, algo que ya puso Borges de relieve con casi insuperable maestría. De lo que llevo leído, no he encontrado todavía ningún hallazgo literario, ninguna historia breve genial o hilarante, ninguna excelencia literaria.
Cierto es que la forma del mensaje ya forma parte del mensaje mismo, pero en ocasiones la preocupación desproporcionada por la forma coloca a ésta en el vacío, como una presencia vaporosa y perecedera. Colocar el enfoque creativo en lo periférico, en la fragmentación y en el nivel de las representaciones puede que al final degenere en una contestación estéril, volátil e insolvente a ese expansivo logos centralizador, unificador y revelador de la esencia de las cosas. En el caso que nos ocupa, presentar una obra como yuxtaposición de notas a pie de página sobre la vida y la producción de artistas sin obra muy poco sirve para dilucidar esta disposición anímica negativa ("preferiría no hacerlo", era el lema de Bartleby), en comparación con otras narraciones más ilustradas o racionalistas, como acontece con las peripecias de Mateo, protagonista de La edad de la razón de Sartre.
Por otra parte, nada hay de novedoso en la encriptación de relatos en el interior de un relato general, o, mejor dicho, en la composición de una narración mediante la suma de piezas individuales con sustantividad propia. Aunque sea un reflejo literario de la extrema diferenciación social característica de nuestra actualidad, ya en las grandes novelas del siglo XIX se empleaba este recurso, como patentiza, por ejemplo, la temible leyenda del Gran Inquisidor, integrada en el relato de Los Hermanos Karamazov. La diferencia radica en que mientras Dostoyevski fragmentaba la razón para hacer frente a los dilemas que ésta planteaba -en torno a la religión, por continuar con el ejemplo-, en estas 'postnovelas' la dispersión ha dejado de tener cualquier centro gravitatorio para deslizarse con suma facilidad por la pendiente del diletantismo.
No está mal que así sea, en cuanto trasferencia sintomática de la experiencia social a la producción estética. Resulta comprensible, en efecto, que el proceso de diferenciación social encierre en cada una de sus esferas a las distintas tareas humanas y, en consecuencia, termine convirtiendo la literatura en metaliteratura, y la escritura en un proceso centrado en esclarecer el proceso de la escritura misma. Eso lleva enseñándolo el conservadurismo sistémico desde los años cincuenta (léase al intragable Talcot Parsons y al más sugestivo Niklas Luhmann).
La cuestión es que de ahí deriva justamente el valor de este tipo de creaciones literarias: el corroborar espiritualmente la tendencia de los tiempos sin preocuparse, pese a todas sus fugas ilusorias, por explorar vías de fuga reales, puntos de quiebra materiales, que conduzcan desde la fragmentación aparente y autorreferencial a la totalidad real. Y por si fuera poco, si algún lugar en la posmodernidad autoextrañada ha de reservársele a la literatura en cuanto forma, ese habría de ser, a mi juicio, el del ingenio, el de la metáfora impactante, el de la imagen plástica y evocadora, el de la genialidad a lo Wilde o a lo Proust. Nada de eso, sin embargo, he hallado por ahora en Vila-Matas.
Qué distintos me parecieron Los detectives salvajes, obra también metaliteraria y poliédrica, con protagonistas oblicuos, representados y sin vida propia, pero que ponían con insistencia el interrogante acerca de la autenticidad en el arte... y en la vida, la convivencia y la política. Qué diferente me está pareciendo ahora Paul Auster, ejemplo vivo de que la forma -precisa, correcta, fluyente- puede continuar estando al servicio de la narración de historias... posmodernas, urbanas y actuales.

Apuntes madrileños (III)

Reaccionarios y posmodernos...
Entre las muchas ocupaciones que Madrid permite para rellenar el ocio, destaca entre todas ellas la oferta cinematográfica, no circunscrita, como ocurre en provincias -verdad, querido anónimo-, a los últimos bodrios muy bien distribuidos procedentes de Hollywood. Desde que frecuento la capital, dos han sido las salas que me han permitido ver joyas clásicas o clásicos modernos velozmente descatalogados en la atmósfera encantadora de una sala de proyección: el Círculo de Bellas Artes y el Cine Doré (así es, la Filmoteca, iniciativa financiada por el Ministerio de Cultura limitada incomprensiblemente a Madrid).
El pasado sábado volví a visitar las instalaciones de la Filmoteca, en esta ocasión para ver una película integrada en ese oportuno ciclo permanente Por si aún no la has visto. Se titula Palíndromos y su director es Todd Solondz. Si no se me escapa ninguna, creo que he visto casi todas las producidas por este realizador judío supuestamente trasgresor: Wellcome to the Dollhouse, Happiness y Storytelling. Hasta ahora, todas ellas me habían transmitido la impresión de estar facturadas por un tipo que habla con toda crudeza de los aspectos más ocultos, por vergonzantes, del comportamiento y los deseos humanos. La niña gorda de la Casa de Muñecas, incapaz de obtener ninguno de sus retos personales por falta de voluntad; la familia burguesa perfecta de Happiness, interiormente podrida por la contención de los instintos; la descarnada realidad del inmigrante ruso, incapaz de escrúpulos morales porque en su caso lo que está en juego no es el amor sino lisa y llanamente la supervivencia; o la mordaz y certera crítica a Michael Moore en Contando historias, siempre me habían parecido argumentos y tópicos tratados con inteligencia y con la rara capacidad de provocar el estremecimiento, hacer tambalear las seguridades del progresismo irreflexivo y ponerte a cavilar, mediando además disfrute y admiración.
Otra sensación muy distinta me suscitó su última película, un manifiesto religioso antiabortista envuelto en los oropeles de la narración discontinua posmoderna. Cierto es que uno no tiene creada una opinión firme e inamovible en esto del aborto (me pregunto si acaso la tengo en algo en esta vida), y que la experiencia de la paternidad -tal y como presentía- me ha servido para corroborar empíricamente la impertinencia de magnificar -existencial o materialmente- el hecho de tener un hijo. Se daba además la circunstancia de que, antes y después de ver la peli de la que os hablo, estaba enfrascado con La edad de la razón de Sartre, quien colocó en el epicentro de toda la trama, como detonante de las coyunturas y las decisiones más radicales, precisamente un embarazo imprevisto y la posibilidad de un aborto. En fin, que al ser ya padre hasta iba pareciéndome de lo más burgués todo el discurso convencional del hijo como factor contrario a la independencia, la libertad, la autorrealización y demás retórica encubridora, en suma, no de una experiencia romántica, arriesgada y radical, sino más bien de un egoísmo pequeñoburgués y conservador que no tolera pasar sin caprichos, vivir con compromisos y entregarse enteramente a los otros.
Pues ni aun de ese modo, ni siquiera teóricamente predispuesto a sintonizar con una crítica a la progresía en este asunto del aborto, caló en mí dicha inclinación panfletaria y manipuladora que gastan los evangelizadores, y es que en la peli todo me olía a folletín sectario, desde el vaciado de órganos al que someten a la adolescente embarazada hasta las 'inocentes' canciones del grupo de freakes cristianos. Ahora bien, todo muy bien presentado, desorientando al espectador con la ¿audaz? estratagema de representar a la misma protagonista con varias actrices.
Qué mal ha envejecido cierto posmodernismo, sobre todo cuando trata de colocarnos en la premodernidad...

domingo, 3 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (II)

Librerías

Aparte de reencontrar amigos y hartarme de trabajar, mis estancias en Madrid implican siempre visitas de varias librerías. Si escribo este post es tanto por el ánimo de compartir contigo algunos rincones en los que yo me deleito, como por la esperanza de si algún extraviado lector se acerca a estas líneas, me indique alguna otra librería digna de conocer.

Entre las librerías de nuevo, aparte de evitar dar pasta al señor Lara de Planeta comprándole en La Casa del Libro, frecuento La Central del Museo Reina Sofía. Además del privilegiado enclave (me parece extraordinaria la ampliación del Museo), lo destacable del lugar es el hallazgo de multitud de títulos en su lengua original, si bien algunos eurillos más caros que si fuesen comprados en el país de origen. También es posible encontrar alguna edición antigua desperdigada -así compré El compromiso racionalista de Bachelard, y acabo de adquirir estos días La Sagrada Familia de Marx y Engels- y ediciones latinoamericanas inencontrables en el sur -vi la versión del Fondo de Cultura de Seguridad, Territorio, Población y compré Lo normal y lo patológico de Canguilhem-.

También suelo visitar la librería Paradox, la de Marcial Pons y la recién descubierta librería Pasajes, cuyo nombre acaso rinda homenaje al gran Benjamin. En Paradox pueden encontrarse algunos títulos de casas minoritarias, en Marcial Pons me surto de libros jurídicos y en Pasajes, junto a todos los textos editados por Trotta, disponen de una buena selección de libros de texto y de lectura de lengua extranjera. Aprovechando tal oferta, compré ayer agunos textos para la preparación de quinto de alemán, a ver si consigue uno por fin el título superior en ese endiablado idioma.

Entre las librerías de viejo, aparte de los quioscos de Moyano, recomendables para comprar unos euros más baratos las novedades literarias de Anagrama y Tusquets, doy una vuelta cada vez que vengo por Dédalus. Aunque regentada por un señor colombiano bastante antipático -por mucha publicidad que de ella haga Sergio Pitol-, pueden encontrarse allí muchos textos traducidos en los años cuarenta y cincuenta por los exiliados españoles y editados por Losada y el Fondo de Cultura, además de libros de ciencias sociales publicados por Siglo XXI o Taurus que están ya fuera de catálogo
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Solbes, el socialliberalismo y la mentalidad constitucional

Así contesta nuestro ministro de Economía a la cuestión de la pasividad gubernamental para prevenir la crisis:

En la construcción ¿cuál ha de ser la actuación del Estado? ¿Debemos dar sólo recomendaciones o ir más lejos? ¿Debemos prohibir que la gente construya? No parece razonable. ¿Debemos decir a los bancos que no den más dinero para financiar? Tampoco. Hemos dicho que iniciar 800.000 viviendas al año no nos parecía sostenible; que alargar las hipotecas a 40 años no era nada sensato, pero el Gobierno no puede prohibir ciertas cosas. En cuanto al déficit exterior, hace un año el problema era el contrario, había demasiada gente que venia a situar el dinero en España. Hasta la crisis financiera internacional no se percibió un problema en la financiación del déficit.

El Gobierno -el Estado- sí puede prohibir ciertas cosas cuando son perniciosas para la colectividad. Podría haber prohibido la venta masiva de inmuebles recién comprados impidiendo esas compras escalonadas que encarecían los pisos. Podría haber prohibido los virtuales derechos de adquisición que, bajo la excusa de financiar la construcción, obligaban al interesado en comprar una vivienda a abonar cantidades previas abusivas. Pero, sobre todo, podrían haber intentado que se cumpliese la legislación vigente en materia urbanística y en materia fiscal, evitando una construcción descontrolada y un formidable tráfico sumergido de dinero negro. Y, en fin, podrían además haber reformado la financiación municipal, saneando los ayuntamientos, para sustraerlos así de la tentación de las plusvalías desbordadas.

Lo peor de todo es que en esas aseveraciones brilla por su ausencia la mentalidad constitucional, cada vez más eclipsada por un pacato liberalismo desprovisto de imaginación, pues el caso es que para todas las propuestas anteriores, la Constitución vigente no sólo habilita y apodera, sino que también en cierto modo obliga al Gobierno a su adopción, y sino lo creen, lean a continuación:

Art. 47. Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.
PS. Además, este señor falta a la verdad cuando dice "Siempre he pensado que era una burbuja". Yo mismo colgué en este blog una desafortunada declaración suya en la que afirmaba "No puede sostenerse que haya burbuja hasta que ésta no ha pinchado"

sábado, 2 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (I)

¡No son lo mismo!

Es comprensible que, como estrategia de diferenciación y visibilidad, cualquier corporación política construya su identidad social en oposición a las corrientes colindantes. Cuando se trata de conquistar votos, se hace entonces habitual la búsqueda del exclusivismo, presentándose el interesado como única alternativa real frente a otras opciones que, en realidad, ofrecen lo mismo. Eso hizo González cuando tachó a Aznar y a Anguita de ser "la misma mierda"; eso hacen la derecha y algunos integristas de izquierda al meter a IU y al PSOE en el mismo saco, englobando a ambos en el izquierdismo radical español (en el caso de los conservadores) o acusando a IU de "haber perdido su perfil", de haberse descafeinado y confundido con la tibieza socialdemocráta (en el caso de los izquierdistas); y eso hacen, sobre todo, quienes conciben todavía la acción política en función exclusiva del derribo del capitalismo (¿¡cuándo se percatarán de que los partidos y los parlamentos son inhábiles para culminar ese cometido, inviable sin el concurso activo de la sociedad civil!?) y, al apercibirse de que ni el PSOE ni el PP lo llevan a cabo, califican a ambos de ser exactamente lo mismo, y de defender exactamente los mismos intereses.

Basta con conectarse a Telemadrid y contemplar la edición de noche del noticiario para darse cuenta de que, como en todo, existen grados, y en esa diferencia gradual residen al final distinciones sustantivas. El presentador (¿Tomás Cuesta?), con un rictus autoritario y filofascista en sus labios imperceptibles, se encarga de adoctrinar machaconamente, haciendo continuamente valoraciones -como si fuesen obvias y de sentido común- acerca de aquello que informa. Cierto es que eso ya lo practicaba la histérica de Eva Hache, pero aquí se practica con gravedad, mala leche y circunspección. Junto al presentador, la presidenta, omnipresente en las noticias, y que anteayer comparecía en un círculo (¿cuál? ¿a quiénes representa? ¿quiénes lo eligen?) de empresarios madrileños dando sus recetas contra la crisis: liberalización, bajada de impuestos a los empresarios, desregulación de las iniciativas empresariales, moderación salarial... "Medidas propias de una política liberal clásica", concluía la voz en off que había presentado el reportaje. "Alcohol al fuego, más mercado contra los males del mercado", concluyo yo.

Por un momento me retrotraí a los últimos años de Aznar, ceñudo y embigotado pasando revista a los militares, con Urdaci diciendo ce-ce-o-o, con Dragó (posterior presentador de las noticias de Telemadrid) entonando panegíricos a José Antonio Primo de Rivera, con Rajoy hablando de los "españoles de bien", empleando el lenguaje guerracivilista, con el Centro de Estudios Políticos premiando el revisionismo histórico... ¿Ahí debemos regresar para recordar? ¿Hasta dónde alzanza el grado de torpeza de nuestros actuales dirigentes, que con su equilibrismo allanan el terreno para tal regreso, como muestran los casos francés e italiano? Atiendan uds. a los últimos datos del CIS, y comprobarán que las medias tintas en laicismo, economía, inmigración, nacionalismo y otros asuntos delicados conducen inexorablemente a una infausta derechización de España.