domingo, 13 de junio de 2010

Beneficio, armonía y capital

En la definición del capitalismo encontramos dos elementos bien diferenciados entre sí: por una parte, es aquel sistema económico basado en el beneficio privado; por otra, se supone que la concurrencia entre intereses de lucro produce como resultado una distribución eficiente de los recursos y, por consiguiente, una razonable armonía social. Como puede apreciarse, el primer extremo es de carácter descriptivo, mientras que el segundo aspecto es de naturaleza valorativa e incluso desiderativa.

Quizá las conclusiones del análisis de nuestra desbocada actualidad económica dependan de cuál de ambos aspectos se enfatice, bien el del beneficio como única y excluyente regla, bien el de la armonía como resultante de la concurrencia. Mi humilde opinión es que resulta mucho más revelador emplear en los análisis la primera parte de la acepción del capitalismo, considerando la segunda una reminiscencia teológica ya insostenible, cuya función política es legitimar ideológicamente y enmascarar los efectos disolventes de la primera. Veamos algunos ejemplos de ello.

Hace ya casi dos años, en el verano de 2008, estalló una crisis a la que se hizo frente, primero, con inyecciones de liquidez multimillonarias por parte de los Bancos Centrales, y después, con fondos de reestructuración dispensados por los Estados con cargo a los contribuyentes. Se hizo con el pretexto de que eran entidades too big to fall, es decir, con la excusa de que su quiebra supondría el caos social, no con el argumento más sincero de la socialización de las pérdidas y la concurrencia económica sin riesgos, esto es, con el del aseguramiento del beneficio.

Hoy, los problemas de endeudamiento privado y de falta de liquidez persisten pese a las ayudas. Y toda esa política de salvamento en pro de mantener la armonía social ha enmascarado un negocio monumental: las entidades financieras han podido obtener fondos para reparar sus pérdidas a un 1% de interés que rápidamente han invertido en los mismos bonos de deuda emitidos para sufragarlos, bonos cuya rentabilidad, como se sabe, no ha parado de crecer.

En este último mes, casi todos los gobiernos europeos han aprobado unos planes drásticos de recorte del gasto público con el paradójico fin de 'tranquilizar a los mercados' para continuar colocando deuda. El destino fatal de tales medidas habremos de apreciarlo en unos ocho o nueve meses: las deudas solo se pagan si se tienen ingresos, y el nivel de éstos, tanto en el sector privado como en el público, se hundirá debido a la inflación, la subida de impuestos directos y el descenso de renta. Con lo cual, las deudas persistirán. Pero lo interesante es apreciar que dichos recortes se justifican alegando 'la prosperidad del mañana', cuando la función que están desempeñando, consciente o inconsciente, es ceder espacios públicos al negocio (beneficio) privado. Buena prueba de ello es que, hasta el momento y tras el decreto de recortes, el coste de colocación de la deuda española no ha cesado de incrementarse.

En otro orden de cosas, cuando se debate el asunto de la tributación de las rentas de capital, el frente liberal suele esgrimir el riesgo de la 'descapitalización de la economía': si se aumentan los gravámenes sobre las Sicav --vienen a decir-- los capitales se marcharán a otros países para invertir. El pretexto de fondo es siempre el mismo: el capitalista está interesado, en última instancia, en producir y vender su producto lo más óptimamente posible, lo cual, a la larga, produce un efecto de distribución y armonía que son la seña de identidad del capitalismo. Y si se aduce el beneficio, se da por entendido que éste proviene en exclusiva de este tipo de producción, pues el capital está abocado a invertirse para generar riqueza y, por ende, empleo y abundancia.

Las dudas no tardan en acudir: ¿está interesado realmente el capital en invertir en el tejido productivo cuando cuenta con medios para autorreproducirse especulando? ¿por qué teniendo un régimen tan privilegiado como el español --el que menos grava al capital de la OCDE-- tenemos una crisis tan monumental, superior a la de países con imposiciones al capital más elevadas? ¿cómo puede hablarse de descapitalización cuando nos referimos a un incremento del tipo de tributación en dos o tres puntos? Al tratar por igual una mínima subida y una confiscación en toda regla, ¿no supone eso una falta interesada a la lógica de la argumentación? En fin, ¿no podrían arbitrarse mecanismos que gravasen al capital improductivo y meramente especulativo y, en cambio, bonificasen al que invirtiese en la actividad económica real?

Pero claro, si se trata de garantizar y aumentar los beneficios privados, se están adoptando desde luego las medidas oportunas. No, empero, si se intenta garantizar una armonía de pequeños productores en sana competencia. La inminente reforma laboral, cuyo aspecto más sensible es la sustracción de la tutela judicial sobre los despidos, dos tercios de los cuales son hoy declarados improcedentes, habrá igualmente de demostrarlo: se creará una estructura productiva que garantizará aún más el beneficio, comprometiendo en cambio el aspecto armónico que también pretende predicarse del sistema capitalista.