sábado, 25 de abril de 2009

De regreso

Casi dos meses he estado ausente de estas páginas. La mayor parte de este tiempo la he pasado investigando en un lodazal de represión, sangre y sufrimiento. Lo bueno de ser un ignorante integral es que yo soy el primero, y acaso el único, que aprendo de mis escritos. El modelo en que nos movemos es tan esquizofrénico y absurdo que te paraliza con sus exigencias: si en el campo sociopolítico y laboral te condena a una existencia esclavizada y te pide cultura, participación y voluntad, en el micromundo académico te solicita publicaciones sin dejarte tiempo para la lectura sosegada. Escribimos para nosotros mismos, o, en el mejor de los casos, hacemos, como dice Bourdieu, textos de productores para productores.

Al menos queda el consuelo de aprender uno mismo, entre otras cosas, a ser ciudadano. Nada sabía yo antes de ponerme a ello que en la España de los siglos XIX y XX se había popularizado, e institucionalizado, como práctica gubernativa, la llamada ley de fugas, ejecuciones sumarias y extralegales llevadas a cabo con mezquindad y alevosía. Desde los bandoleros hasta los anarcosindicalistas, cientos fueron las víctimas de esta avilantez.

No sólo eso: he aprendido en estos tristes meses que la llamada ley de vagos y maleantes no fue sino una jurisdicción especial creada nominalmente para reprimir la peligrosidad sin delito, pero que, en la práctica, persiguió y castigó principalmente los pequeños ilícitos contra la propiedad, demostrando con ello de nuevo los puntos a los que llegó --y continúa llegando-- la equiparación, en cuanto bienes jurídicos, de la libertad personal y de la propiedad privada.

En fin, he creído corroborar en nuestra historia que lo sucedido desde el 36 y muy especialmente tras la derrota del 39 no fue sino la manifestación desaforada, la expresión paroxística de un mal larvado desde hacía décadas, la explosión inevitable de un período de exclusión y exterminio civil que no llegó a dar el resultado apetecido y que hicieron inevitable una extirpación sin contemplaciones de los males que aquejaban a España. No fue, en absoluto, la tentativa del 31 la que provocó la pendiente del enfrentamiento; antes bien, fue el único intento integrador y racional que jamás se había llevado a cabo. Cada vez lo tengo más claro: ni Franco, ni Auschwitz, ni los totalitarismos resultan comprensibles si no se arroja una mirada al pasado inmediato, a aquel políticamente identificado con la vigencia del Estado liberal.

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