domingo, 13 de diciembre de 2009

Un dios revolucionario

Conservadurismo y teología parecen ir siempre de la mano. El primero suele referirse a una naturaleza humana unívoca, inmutable e inmarcesible a la que ha de adecuarse por fuerza la organización social. Poco importa que el curso de los años, o una mera excursión por lugares exóticos, pongan seriamente en cuestión los atributos distintivos de esa presunta naturaleza atemporal. Ya le basta con ir ampliando el círculo de los herejes y de los defensores de lo anti-natural.

La teología más simplista y retrógrada, por su parte, coincide en indicar la primacía de unas leyes naturales inconmovibles de procedencia divina. El hombre puede ser libre para vulnerarlas, pero nunca para alterarlas y sustituirlas por otras. Y cuando cae en la tentación de subvertirlas, cuando, como recordaba Donoso Cortés, intenta convertirse en dios para crear las propias leyes de la sociedad, está irremediablemente abocado al desorden y el fracaso.

Los liberales economicistas, en su típica conversión de una teoría económica en una fe religiosa, confluyen en estos planteamientos. También para ellos existe esa naturaleza humana inmodificable, unas cuantas leyes inamovibles y la tendencia inmanente de lo colectivo a la armonía. Y también en su caso la violencia ejercida sobre esa naturaleza humana o sobre dichas leyes indisponibles desemboca en el caos y la anarquía.

La imagen subyacente de dios en todos estos ejemplos es la del dios creador, la de la divinidad originaria causante del mundo y de sus regularidades férreas e inquebrantables. Un dios entendido en última instancia como autoridad, como titular de una potestad de mando a cuyas decisiones el hombre se encuentra sometido, ya sea irremediablemente o bien con la posibilidad de vulnerarlas mediando un castigo inexorable. Puede, sin embargo, que al lado de esta figuración de la trascendencia exista otra representación, mucho menos conservadora e interesada, que da pábulo a una suerte de dios revolucionario.

La inversión, o al menos la modificación de esta imagen es sencilla. Junto al origen creativo de las cosas, dios continua siendo el único capacitado para hacer milagros y el milagro no es sino un atentado al orden natural con la finalidad de realizar un acto de justicia. Tan decisiva resulta esta ambivalencia divina que, impregnados de religión, los reyes de antaño, vicarios de dios en la tierra, legitimaban su inobservancia de las normas en la necesidad de adoptar decisiones graciosas que tuviesen como resultado la consecución de lo justo.

Si el hombre está hecho a imagen y semejanza de su creador, acaso esté dotado de dicha capacidad creadora y revolucionaria del estado natural. Su misión quizá no se ciña al cumplimiento pasivo pero libre de leyes predeterminadas; puede que su cometido más puro se encuentre en romper con esas leyes aparentemente inmutables para buscar en libertad el acontecimiento genuino y la espontaneidad sin mediaciones, siempre con la intención de satisfacer su imborrable anhelo de justicia, el vestigio divino más palpable que pueda encontrarse en el alma humana. Y si la fe puede ayudarle a cumplir su cometido no es porque le proporcione la seguridad irracional de que ciertos dogmas religiosos son verdaderos aunque la razón científica los niegue. No, si el hombre puede apoyarse en la fe sería porque ella le enseñaría que para alcanzar esa justicia contra el destino solo es necesario creer.

Creer en su posibilidad.

No piense el lector que me he convertido al cristianismo o que acuso ciertas inclinaciones místicas. La verdad es que no sé muy bien si el motivo de estas reflexiones procede de la atmósfera política actual, en la que tanta difusión han adquirido las posiciones católicas en relación al aborto, los símbolos cristianos o la historia española. Pero el hecho es que hace un par de días, justo antes de acostarme, me vino a la memoria la magnífica película de Dreyer, Ordet. La palabra, especialmente su milagroso final. Y recordé que al terminar comenté a Danae: 'creo que Dreyer muestra el único modo racional de seguir creyendo en dios después de la muerte de dios'.

Probablemente, estos que ahora acabo de expresar fueron los motivos de aquel comentario que a mí mismo me pareció enigmático.

9 comentarios:

Mar Fernández dijo...

Que entrada mas bonita te ha salido.

Tenia yo una compañera de instituto, profundamente musulmana y muy de izquierdas, que no comprendía como podía nadie tener fe en la posibilidad de una sociedad mas justa sin tener fe en dios, en cualquier dios. Que de donde sacábamos la certeza de que era posible un mundo mejor.

Lo que ocurre es que creo que no hace falta tener fe en un ser sobrenatural cuya existencia permita al hombre realizar milagros en favor de la justicia. En realidad solo hace falta tener fe en el hombre, en nuestras capacidades, vengan de donde vengan.

Sebas Martín dijo...

A mí me ha conmovido profundamente la última tuya...

Yo soy tan antropocéntrico como tú, pero no dejo de ser sensible a cierto discurso de la trascendencia. De ahí que me gusten tanto los de Frankfurt.

Y ya me contarás que movida preparáis con Federico y Dani!

Non Sola Scripta dijo...

¿El liberalismo aferrándose a unos dogmas preestablecidos? Todo lo contrario. Cuando uno lee a Stuart Mill, Adam Smith o, incluso, autores más recientes, tiene la impresión de que el liberalismo funciona como una especie de ácido universal; todo lo replantea, todo lo somete al proceder científico del ensayo y error.

De hecho, creo que hay que entender "liberalismo" de una manera nominalista; no se trata más que de una consigna de "allí donde no fuere estrictamente necesario, no se meta usted en mi vida y en mis dineros". Y ya el "estrictamente necesario" abre una amplísima gama de matices en cuya discusión estamos y estaremos. Podemos pensar, con Fukuyama, que estos matices no son al fin y al cabo relevantes, y, claro, no lo son si uno tiene en mente el debate de capitalismo irrestricto o economía dirigida, pero cuestiones como el cheque escolar o la externalización de servicios médicos muestran que estos matices sí son teóricamente apasionantes.

Eso sí, los liberales comparten la creencia (¿hasta qué punto infundada?)de que el mercado tenderá a "curarse a sí mismo", de que las crisis se resolverán de manera ágil e imaginativa. Pero, entretante, ¿qué hacemos con los desempleados y sus hijos? No sé, quizá se trate de una versión cercana al anarcocapitalismo.

Otra cosa: una pena que no pudieras comentar -brujerías cibernéticas- la entrada sobre Campillo, siempre es un gusto tenerte como comentador. ¿Conoces a Rivera? Un buen hombre y, ciertamente, muy profesional, una pena que haya decidido ejercer de corifeo de Villacañas, señor que allá donde va (Valencia, Murcia), deja un rastro de inquina y desasosiego.

Sebas Martín dijo...

Jeje, siempre es estimulante intercambiar comentarios contigo! La verdad es que me nombras a un liberal que se hizo casi socialista a quien admiro y a otro, bien provinciano, al que conozco medianamente bien y que, dada las limitaciones de la época, aún estaba anclado en concepciones teológicas e iusnaturalistas.

De todos modos, siempre indico la violencia que el liberalismo ejerce sobre sí mismo cuando pierde su capacidad primigenia para criticar las cosas y se convierte en un dogma. El movimiento liberal se enfrentó a los dogmas y la superstición, pero con su consolidación perdió dicha capacidad y sublimó parte de su ideario en otro dogma. Y creo que eso es bien visible en nuestros neoliberales de hoy.

El problema, querido NSS, es que el liberalismo como teoría funciona abstrayendo las cosas y oponiéndolas como categorías puras: Estado contra mercado, libertad contra opresión, oferta y demanda, etc. No hace falta afinar mucho el análisis para percatarnos de que las cosas están mucho más imbricadas: por ejemplo, el mercado es impensable sin la intervención del Estado, y el Estado de hoy es impensable sin la base mercantil capitalista. En definitiva, su discurso puede resultar cansino de tan unilateral y simplista que resulta.

Y tú, ¿conoces a Rivera y Villacañas? La verdad es que me dejas un poco pasmado con lo de Villacañas: como escribe tantos libros y artículos, me lo hago siempre encerrado en casa estudiando o dando clases, ocupaciones que malamente pueden provocar inquina. Pero ya veo que la infundada es mi impresión. A mí particularmente no me gustó la maleabilidad que le permitió ser alto cargo con Zaplana y participar en debates en Canal 9, pero bueno, entiendo que eso son opciones personales...

Un saludo!

Mar Fernández dijo...

Es decir, que soy una llorica. Pues se ha acabado eso.

No planeo nada extraordinario con los almerienses, nos debemos unas cañas y Kiko me tiene que dar unos libros para Rafa y para mi, pero si te quieres apuntar, por mi estupendo.

A NSS: creo que a lo que se refiere Dick Turpin es a que detras de la idea de "que el estado no se meta donde no le importa" está la creencia casi religiosa en que si dejamos a la sociedad y el mercado hacer sus cosas, todo ira bien para todos o para casi todo el mundo.
Y digo casi religiosa porque es una idea a prueba de contradiccion con la realidad.

Non Sola Scripta dijo...

Mar: ¿el liberalismo como teoría infalsable? Recuerda su nacimiento histórico (Stuart Mill, Bentham), íntimamente ligado a la defensa de la ciencia experimental. Si hay una teoría política infalsable, es, precisamente, el anti-liberalismo. Bueno, y en caso de ser falsable, lo fue, como mínimo, desde 1989.

Dick: "hace falta más energía para votar a Die Linke que para votar al SPD o CDU". No entiendo esta teoría energético-política. Y, en tocodo caso, no creo que haga falta mucha energía para volver al estatismo honeckeriano; volverse hacia la ubre estatal cuando la cosa aprieta no requiere energía, más bien al contrario. Requiere una óptimamente interiorizada idea de estatismo paternalista.

Sebas Martín dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sebas Martín dijo...

Creo, NSS, que confundes liberalismo y utilitarismo, el cual ni siquiera nació con Bentham, pues tiene detrás a Hume. Hasta qué punto no han de confundirse por entero, aunque haya que reconocer una importante área de intersección, nos lo muestra el mismo Bentham y su obsesión legiferante: códigos, constituciones, leyes, como instrumento de progreso y emancipación, algo que ni los liberales ilustrados del XVIII admitían, pues las normas procedían de un monarca con pulsiones autoritarias, ni los liberales del siglo XX tampoco, pues las normas iban tiñéndose cada vez más de democracia.

Y sí, el liberalismo, antes como después, desde los autores escoceses del XVIII, hasta los actuales Revel, Friedman, Hayek, etc., parten de postulados apriorísticos, es decir, de dogmas incuestionables por metafísicos. Me temo que es bastante evidente que esta corriente cuenta con una doxa férrea que aplica por doquier, y que es de carácter ideológico, o sea, un falseamiento y simplificación de la realidad. Ya te lo he comentado en varias ocasiones: su génesis más próxima se sitúa en la formalización del discurso económico en el debate contra los historicistas tipo Schmoller, pero de ser un método científico para conocer la economía se ha convertido en un dogma. Un buen desmentido de él lo puedes encontrar en Pierre Bourdieu, Las estructuras sociales de la economía. Aunque menciones a tal doxa se encuentran en La evasiva neoliberal de Fernando Arribas o en Hayek and Natural Law de Erik Angner.

Y lo de la energía era más bien una metáfora. A IU -y a UPyD- les cuesta mayor esfuerzo conseguir diputados que a las dos formaciones mayoritarias. Pero no solo por la ley electoral, sino por las condiciones vigentes y por lo que éstas hacen aparecer como probable y preferible. PP y PSOE gobiernan en muchos municipios, provincias y autonomías, lo cual les permite tener redes clientelares que producen una inercia de mantenimiento en el poder, o al menos de aseguramiento de un nicho permanente de votos. Cuentan asimismo con más fondos para difundir su mensaje y captar el voto. Y, en contraste con IU, cuentan con que el programa de esta coalición, según la situación vigente, parece utópico, irrealizable o, en el peor de los casos, fruto de división, fractura y violencia. Si hasta para los más trogloditas el PSOE actual es extremista y gobierna para la mitad de la nación, imagínate la artillería que sacarían frente a un programa como el de IU. Pues todo eso hace, en efecto, que a las formaciones minoritarias de izquierda les cueste mucho más obtener un voto.

Vaya, lo que quiero decir es que el asunto electoral no puede analizarse, oh casualidad, con los parámetros del liberalismo, la oferta y la demanda y del rational choice, como si el elector fuese un consumidor con toda la información necesaria para elegir en plena libertad por cualquiera de las ideologías y programas que le ofrecen los diferentes partidos, todos colocados en pie de igualdad. Antes al contrario, el elector se encuentra mediado --no determinado inexorablemente-- histórica y socialmente, y su decisión reflejará en buena medida tales mediaciones (que si su cuñado tiene el carné del SOE y por ello trabaja en tal diputación, que si en su pueblo los representantes del PP son los bisnietos de los que rapaban y daban laxantes a las mujeres de los republicanos, etc., etc.)

Non Sola Scripta dijo...

Muy buen comentario, y con buenas referencias bibliográficas; edítalo un poquito y ponlo como entrada. Seguro que da pie debate. Lo digo para que no quede como una nota al pie: merece ir al texto. (Ya sabes, aunque nadie lo confiese, no todos leen las notas al pie).