miércoles, 30 de julio de 2008

Innerarity

Si alguien quiere consumir la nueva ortodoxia filosófica, la actual corrección política social-liberal, puede plantearse la lectura del pedagógico Daniel Innerarity, profesor de Filosofía en Zaragoza. Yo lo conocí a través de sus artículos en El País, y la buena impresión me llevó a adquirir dos monografías suyas, una sobre la transformación de la política en la actualidad y otra, anterior, sobre la dialéctica de la modernidad. Si lo menciono hoy aquí no es sólo porque en sus páginas puedan encontrarse, convenientemente desmenuzados y trasladados a un plano divulgativo y elemental, los principios de la filosofía política progresista y moderada de nuestro presente, sino también porque en un artículo que publica hoy en el diario de PRISA pueden comprobarse algunas de las aporías en que tal corriente incurre. Os paso dos fragmentos:

1. Pocas sentencias han quedado tan anticuadas y en tan poco tiempo como aquella célebre de Bertolt Brecht según la cual "primero es el comer y luego viene la moral"

2. El desarrollo económico que ha tenido lugar desde la segunda mitad del siglo XX ha conducido a una extensión social del bienestar anteriormente inimaginable. Por primera vez en la historia, gracias a la producción segura de alimentos y a su provisión en el mercado, una gran cantidad de consumidores de los países ricos dispone de los presupuestos materiales necesarios para poder comer lo que quiera. (...) En las estanterías de cualquier gran supermercado está a nuestra disposición una enorme cantidad de productos a precios asequibles. La cuestión es quién vive en ese paraíso: nosotros los consumidores de los países ricos.

Pues eso: por un lado parece al filósofo un lema anticuado anteponer a la alambicada moral burguesa la urgencia del abastecimiento de recursos básicos para la existencia, y después resulta que ese salto sólo es patrimonio de los países ricos, pues en el ancho e inabarcable mundo pobre bien que siguen existiendo razones para que la integridad física y moral del individuo se las traiga al pairo precisamente porque tal integridad no está garantizada y no vale dos duros.

Y es que uno de los rasgos característicos del nuevo discurso progresista es definirse obstinadamente en oposición a cualquier veleidad marxista o clasista. Y bien hacen, pues ni la política puede basarse en la aniquilación del otro -y por eso mismo es condenable la economía liberal-, ni tampoco el análisis puede desembarazarse de la complejidad (como bien apunta Innerarity); así lo demuestra el hecho, muy superficial pero elocuente, del radical conservadurismo de 'clase baja' y el progresismo libertario de individuos emancipados de las necesidades elementales... y también de la avaricia.

Pero en esa revisión drástica del marxismo estos autores, abundantes en nuestra esfera pública, olvidan dos aspectos básicos de la política: que ésta implica polémica, negación y diferencia y que todavía está vigente la lucha contra la conversión del sujeto en un objeto para uso y provecho de un amo.

Negar que esto sea así, en lugar de una argumentación o una réplica filosófica, no es sino una cobertura ideológica que se extiende como manto legitimante del dominio de los amos.

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