miércoles, 12 de noviembre de 2008

La espontaneidad del liberalismo conservador

Leyendo hace unas semanas en la Biblioteca Nacional una monografía del experto de las tradiciones de derecha en España, Pedro González Cuevas, volvía a percatarme de uno de los rasgos prominentes del liberalismo conservador, desde Alcalá Galiano al mismo Hayek.


Como es notorio y sabido, su axioma fundamental, en el que reverberan religión y tradición, consiste en considerar legítimas sólo y exclusivamente aquéllas relaciones y posiciones producidas por el desenvolvimiento espontáneo y autónomo de la sociedad, sin la menor injerencia por parte del poder político. Sabido es también -quizá hoy más que nunca- que tal axioma es una falacia, pues tanto en la historia como en el presente el liberalismo se ha apoyado, y se sustenta, en la actividad reguladora e impositiva del Estado. Lo que queda menos claro es que, tras su mendacidad, esta falsa proposición rinde provechos políticos continuamente.


En el estudio que sobre Acción Española hizo González Cuevas se documenta la irrupción de los sectores terratenientes, aristocráticos e industriales en la política en el año 1931. Ocultos tras las bambalinas del poder político, conformes y satisfechos con las decisiones de sus mandatarios, acudieron tras la implantación de la República a la primera línea del enfrentamiento político chequera en mano, financiando generosamente partidos, iniciativas y asociaciones de carácter netamente conspirativo, golpista y antirrepublicano. Lo mejor y más encomiable de todo es que quien se ha tomado el trabajo de reflejar sistemáticamente todas esas cifras delatoras ha sido un significado intelectual de derechas, lo cual acrecienta la credibilidad de la información facilitada.


¿Qué quiere decir esto? Pues sencillamente que quienes dicen tener fe en la espontaneidad social, imponiendo al Estado adherirse a la fisonomía real de la comunidad, son los primeros que saben que el rumbo de la sociedad política depende de las acciones concretas y terrenales de los hombres, de la correlación de fuerzas vigente en un momento dado, lo cual exige vigilancia, actividad y, sobre todo, movilización.


El mito de la espontaneidad social, por tanto, no es sino un producto para consumo de los sectores dominados. En primer lugar, constituye un velo destinado a mantener en el anonimato, garantizando su irresponsabilidad, a los hombres que, sin consentimiento popular explícito, toman decisiones gravosas para la vida de muchos individuos. Y en segundo lugar, conforma un subterfugio desmovilizador encaminado a garantizar la preponderancia del sector dominante recomendando a los dominados que, en lugar de vincular sus esperanzas a su energía colectiva, se encomienden a la providencia para la resolución de la injusticia.

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