sábado, 6 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (I)

Un querido amigo, camarada de los inolvidables tiempos de la Erasmus -algún día escribiré sobre la utopía terrena que supone tal experiencia-, me ha invitado a redactar un artículo mensual para un dominical que él edita en El Salvador. Como me está permitido colgar mis textos una vez publicados allá, pues comienzo ahora con esta breve síntesis sobre las relaciones hispanoamericanas, con la ventaja además de poder incluir las primeras versiones extensas, con su título original, sin pasar aún por la tijera del editor.

América para España, España para América (sept. 2008)

En la ya larga historia de las relaciones entre España y América se han atravesado períodos bien diversos. El descubrimiento dio paso a una fase nominalmente civilizadora, pero materialmente colonial, evangelizadora y extractiva. Los habitantes de aquellas tierras tenían para los habitantes de ésta la entidad de puros objetos, los cuales fueron brutalmente instrumentalizados en beneficio de los sectores eclesiásticos y económicos que decían civilizar a los indígenas extraviados.


Pasados los siglos y los sucesivos genocidios, América se emancipó de una Metrópolis descompuesta, dando con ello una lección de liberalismo a los sectores más avanzados de la sociedad española de entonces. Se tendieron ahí las condiciones que hicieron posible unas relaciones de intercambio, más que de dirección y sometimiento. Aunque los próceres españoles continuasen ejerciendo su patronazgo intelectual, la cultura americana comenzó a ser estudiada con cierto respeto y reconocimiento.


Era, sin embargo, demasiado pronto para que el eurocentrismo cayese de su trono y España dejase de mirar por encima del hombro a sus vecinos americanos. La historia tuvo que mostrar que la ‘civilizada’ Europa estaba interiormente pútrida para que ambas sociedades, la americana y la española, se equiparasen. Esa nueva fase se vivió aquí con especial intensidad, pues de visitar las Américas para pronunciar conferencias, muchos españoles prestigiosos pasaron a refugiarse en aquellas latitudes para salvar sus vidas de la barbarie totalitaria.


Con la triste experiencia del exilio, la relación de intercambio se intensificó. Por un lado, muchos representantes ilustres de la intelectualidad española impulsaron el desarrollo de países como México, Argentina o Bolivia. Por el otro, iniciativas americanas como el Fondo de Cultura, el Colegio de México o la editorial Losada, ponían en circulación ideas que oxigenaban la atmósfera asfixiante de la España franquista.


Pero por vez primera, tal relación de intercambio se trocó en una relación de neto aprendizaje por parte de los españoles. La cultura americana, en cuanto desligada de los valores individualistas y economicistas que habían llevado a Europa al colapso, fue recuperada como alternativa frente a los dos bloques de la Guerra Fría por autores de la altura de Francisco Ayala. Mientras, bajo la dictadura, se invocaba de nuevo la España imperial y colonial.


¿En qué momento nos encontramos hoy? Desde luego, el hilo negro de la relación ‘civilizadora’ parece no haber dejado nunca de estar presente, a juzgar por la Exposición Universal de 1992 y la pulsión depredadora de multinacionales españolas establecidas en América. Tampoco ha remitido la tendencia de guiar los pasos de los habitantes americanos desde una presunta superioridad. Mas, a pesar de dichas persistencias, creo que hoy volvemos a situarnos en una fase en la que toca a España aprender de América, pues, detrás de todas las tergiversaciones mediáticas, oculta tras los conflictos interesados, late allí una enseñanza fundamental, olvidada hoy por estos lares: que los pueblos son dueños de sus destinos, que continúa teniendo sentido el deseo de convivir desde el respeto a la pluralidad y la dignidad de nuestros semejantes.

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