lunes, 13 de septiembre de 2010

¿Una política de la naturaleza?

Parece que, de cara a las próximas elecciones, el ambiente político va enriqueciéndose. El ejemplo europeo y el fracaso gubernamental prestan terreno abonado para ello. En Alemania y, sobre todo, Francia y Portugal, predican con el ejemplo: el desplazamiento neoliberal de la socialdemocracia va liberando espacios que pronto son ocupados por organizaciones izquierdistas. Si de representar corrientes de opinión en su justa proporción trata la democracia, habrá que convenir que la gauche divine de los multimillonarios Schroeder, Blair o, entre nosotros, Garmendia y Sebastián representa a un sector reducido de la sociedad, al compuesto por aquellos liberales progresistas de riñón forrado y alta cultura que en conjunto no suman más del 10% de la sociedad. Alrededor de sus partidos se ha abierto una zona de luchas por un electorado mayoritario y desencantado que, en su mayoría, ha sucumbido a los cantos facilones de la derecha más burda y, en el resto, contempla desconcertado y escéptico las confesiones de izquierdismo de los socioliberales y la proliferación de nuevas formaciones que superan el anquilosamiento comunista.

Es en estas coordenadas, sin duda favorables, donde hemos de situar el nacimiento de Equo, la formación de López de Uralde y Joan Herrera. Se miran ante todo en el espejo alemán, desconociendo la diversidad de trayectorias, y francés, queriendo emular el éxito de Cohn-Bendit, que superó en las últimas europeas a los socialdemócratas oficiales. En España encuentran a mi entender un espacio muy propicio a sus intereses, visto que IU no ha logrado asumir su principal desafío desde hace más de una década: desembarazarse del partido comunista y huir sistemáticamente de la tradición cainita, asamblearia, iluminada y dogmática de nuestra izquierda más sorda y rancia.

Los Verdes españoles se topan, sin embargo, con un riesgo fundamental: el reduccionismo que supone restringir un programa político de gobierno al problema de la protección medioambiental. Dicho riesgo se agrava todavía más si tenemos en cuenta la escasísima sensibilidad ecológica que todavía prima en la mayor parte de las poblaciones españolas. Con la complejidad que entraña la política, que requiere adoptar decisiones sobre temas tan variados como la administración de justicia, la regulación mercantil o la hacienda municipal, ¿cómo convencer de la propia capacidad limitándonos a proclamar el cierre de las nucleares, defender una fiscalidad verde y conseguir el reciclaje de todos los desechos?

Este riesgo, sin embargo, supone, más que una deficiencia congénita del movimiento verde y de su próxima cristalización partidaria, un desafío intelectual. Un reto que se concentra en la concepción que tengamos de la naturaleza y que comienza a superarse en cuanto obviemos la dicotomía entre la naturaleza exterior y la interior, pues uno de los problemas más acuciantes del sistema político-económico actual es precisamente su falta de correspondencia, no sólo con el medio ambiente (la naturaleza exterior), sino también con la fisonomía natural del hombre (naturaleza interior).

Solo si se verifica este salto se estará en condiciones de postular un programa tan complejo y autosuficiente como lo es la propia política. Solo si defender una política de la naturaleza significa algo más que la legítima y necesaria protección del medio ambiente podrá contarse con las condiciones de credibilidad que posibilitan el éxito. Ese es, en mi opinión, el punto débil y el que más han de trabajar los partidarios del movimiento verde, pues parece claro que oponerse de forma crítica al modelo vigente no es sino denunciar que éste se basa en la represión, mutilación y cosificación de la naturaleza del hombre.

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