jueves, 13 de diciembre de 2007

Dragonwick

Aprovecho estas horas de insomnio para dar un poco de vida a mi blog vacío. Hace ya casi dos semanas vi la opera prima de Joseph L. Mankiewicz, Dragonwick, rodada en 1946. En principio, no es más que otra espléndida peli de cine negro entre todas las rodadas en el Hollywood de aquellos años. Sin embargo, tras el suspense creado por la misteriosa muerte de la esposa del protagonista, verdadero émulo del conde Drácula, se despliega un escenario histórico cargado de sentido para comprender la transición histórico-política que caracteriza el siglo XIX.
La historia es bastante simple: la esposa de un granjero y pequeño propietario recibe una carta de un aristócrata, primo lejano suyo, en la que le propone invitar a palacio por una temporada a una de sus hijas. Ilusionada, la mayor de ellas acepta la invitación, no sin antes haber escuchado todas las advertencias y consejos de su devoto padre. Aunque en principio la intención del intrigante protagonista es contar con los servicios de la chica para cuidar de su hija, pronto se descubre que el aristócrata pretende cambiar de mujer para poder tener el hijo que su esposa no logra darle. Fallece su glotona cónyuge en misteriosas circunstancias, desposa a su sobrina mojigata, que pronto queda encinta, teniendo un hijo que muere a las pocas horas de nacer.
Como digo, lo interesante aquí es el trasfondo socio-político de la historia. La oposición que la preside enfrenta la jerárquica sociedad aristocrática, rodeada de misterio y superstición, y la sociedad igualitaria de los granjeros, regida por el trabajo y flanqueada por la figura de un médico, símbolo de la ciencia racional frente al esoterismo. El conde se encuentra atrapado en un dilema muy representativo: o perpetuar su rango con el nacimiento de un hijo varón que se resiste a ser alumbrado, o amoldarse a la vida doméstica, piadosa, comedida y laboriosa que le ofrece su joven mujer. Los granjeros que aún trabajan las tierras del señor tienen claro su objetivo: arrancarle la propiedad al privilegiado que, con una pretenciosa legitimidad hereditaria, vive de sus tributos y lleva una vida ociosa. La peli combina así la esterilidad y decadencia de un aristócrata morfinómano, que pasa días enteros aislado en un torreón de su castillo, y la fecundidad y emergencia de una nueva clase, cohesionada por el esfuerzo, la igualdad y la religión. En este sentido, el final es muy indicativo: los propietarios se agrupan horizontalmente frente al conde que, ya delirante, y montado en el atril donde recibía sus tributos, se niega a bajar y entrar en razón. La muerte le llega por un disparo anónimo realizado en legítima defensa. Todos los granjeros se despiden descubriendo su cabeza y musitando oraciones fúnebres.
El burgués fue un elemento revolucionario y subversivo que, amparado en ideales de justicia, combatió un orden establecido manifiestamente inquino. El horizonte que se podía divisar en los años de la constitución espiritual del burgués sólo se componía de tradición, jerarquía y privilegio, por un lado, y de propiedad individual, trabajo e igualdad, por otro. El final histórico no fue, en cambio, el parco asesinato del noble por parte del plebeyo, sino su alianza y posterior connivencia. Para ser verídica, y no panfletaria, la película debería haber representado al conde dejando la morfina, bajando de su atril y ajustándose a los cánones que le proporcionaba su esposa, encantada por su parte de habitar en un palacio y disfrutar aún de las comodidades y el estilo de la nobleza.
Con el transcurso del tiempo, ya entrado el siglo XX, el sector que otrora socavó el orden existente en nombre de principios de justicia se convierte en un factor de reacción contra el sector, aún más multitudinario, que aspiraba a invertir el orden instaurado en nombre de la igualdad y en contra de la iniquidad burguesa. El revolucionario se convirtió en un temible reaccionario que, llegado el momento, y aún de la mano de los restos de la sociedad antigua, se movilzó para defender su posición privilegiada desencadenando el totalitarismo de derechas. En esta época, dichos sectores burgueses, ya agolpados en un régimen de creciente monopolio, todavía continuaban autorrepresentándose como lo que fueron, hombres que concedían valor sólo a lo proveniente del mérito y el esfuerzo. Esa imagen figurada de sí mismos no se resentía por el hecho de que negasen todo valor y protagonismo a quienes concurrían con su mérito y trabajo a la producción de bienes. Aún hoy, los acérrimos defensores del mundo burgués siguen dibujándolo según las trazas del tiempo que lo engendró, ocultando así que el trabajo y el esfuerzo van hoy camino de ser un componente secundario, casi irrelevante, del valor, y que los rasgos característicos del mundo liberal han dejado de definirse por la responsabilidad, el trabajo y la austeridad.
En realidad, las contradicciones que descubren la cara reaccionaria del burgués brotan bastante antes de entrado el siglo XX. Para ser completa, la peli de Mankiewicz debiera haber registrado la marcha a casa, tras el asesinato del conde, de los granjeros igualitarios, donde los aguardaban los esclavos negros que cultivaban su tierra.

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