viernes, 29 de mayo de 2009

Carlos Palomino

No debí verlo. No fue la curiosidad la que me impulsó a hacerlo. La convicción de que la realidad era, como habitualmente, bien diversa de como nos la pintan me llevo a pulsar el play una mañana de hace dos o tres domingos. El convencimiento de que no había sido 'una reyerta entre grupos extremistas', moralmente idénticos aunque políticamente opuestos, necesitaba una confirmación rotunda. Y la obtuvo. Pero a costa de mi estabilidad anímica. Varios días de verdadero desconsuelo e impotencia vinieron, pareciendo incomprensible e incausada mi tristeza.

No sé cuánta gente leerá este blog que flota en la red. Probablemente poca. Quizá nadie. Pero es el único sitio en el que, una vez repuesto, podía, puedo, transmitir en público, como la adorniana botella con el mensaje dentro, mi parecer sobre el asunto. Porque creo francamente que es un problema serio y del que podemos arrepentirnos en caso de no atajarlo. No es la primera vez que una minoría radical, con nulo respeto por la vida ajena, domina por la fuerza, y con prácticas genocidas, a la mayoría restante. Antes al contrario, la historia nos muestra todo un repertorio de ejemplos.

La ultraderecha en España es, en efecto, una realidad bien circulante en la sociedad e inserta además tanto en las instituciones, principalmente judiciales y empresariales, como en los partidos. El conato de querella contra Garzón que conocimos ayer, y en el que hace de vocal un simpatizante de grupos ultraderechistas, no es más que la enésima prueba de la persistencia franquista entre los resortes del Estado. Pero tanto éste como los medios periodísticos asisten, muy graves y preocupados por el terrorismo vasco, perfectamente indiferentes e impasibles frente a tal amenaza. Que se tachase a ese pobre chaval de 'antisistema' sólo nos patentiza el grado irrisorio en que la mentalidad constitucional, de defensa de los derechos y la libertad, ha arraigado entre nosotros. Palomino, y los cientos de jóvenes que lo acompañaban, no iban sino a defender frente a racistas, xenófobos y apologetas del genocidio la no discriminación por razón de clase o raza. Algo que como es sabido manda nuestra Constitución.

Pero el problema es que, siendo el culpable directo, no recae en cambio toda la responsabilidad sobre el energúmeno, bárbaro y desgraciado soldado que asesinó a Palomino. En él no se observa sino la habilidad que continúa teniendo el poder para que los más débiles adopten su discurso y lo reproduzcan aun mediante la violencia. La culpabilidad última ha de recaer, sin embargo, en quienes, con un nulo apego por el Estado constitucional, autorizaron, y siguen haciéndolo, concentraciones neonazis provocadoras de conflicto. Con el agravante además de que quienes así proceden resulta que son los encargados de velar por el orden público.

La pena, y lo revelador, es que, quien así lo decidió en última instancia, Soledad Mestre, como quienes han seguido autorizando manifestaciones xenófobas en barrios de inmigrantes, militan y están designados por el PSOE. ¿Qué dificultad hay, me pregunto, para evitar estas concesiones miserables, que desacreditan a la izquierda, alimentan el huevo de la serpiente y labran el terreno para nuestra propia desaparición? Cuál es, porque yo no la llego a ver.

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