martes, 1 de febrero de 2011

Hermann Heller (1891-1933)

Estoy concluyendo un artículo sobre Hermann Heller para una revista de filosofía política y, releyendo su póstuma Teoría del Estado, me encuentro la siguiente referencia, escrita en 1933, a contrapelo de todos los lugares comunes que se empleaban (y todavía hoy se emplean) para criticar el liberalismo económico:

"La idea del libre juego de las fuerzas autorresponsables, la del equilibrio armónico de intereses mediante el mercado libre y la de la constitución no coactiva del todo social por la automática ordenación del mercado, todas estas ideas, en cuanto se proyectan sobre la organización del Estado y de la sociedad, no son más que estupendos disfraces que encubren una situación casi completamente opuesta a lo que aparentan, ideologías justificadoras que, aunque no lo tengan como fin consciente, cumplen, sin embargo, la función de tranquilizar la conciencia de la sociedad burguesa. Pues en la sociedad civil real no existe ningún libre mercado de cambio, ni competencia libre, ni autorresponsabilidad y autodeterminación libres y, sobre todo, no se conoce la formación no autoritaria del todo social mediante el juego libre e igual de fuerzas. La sociedad civil real es una sociedad de clases cuya unión se mantiene mediante el predominio de una de ellas, para cuya subsistencia es, sin duda, necesario el mantenimiento de la ideología de la libertad y de la igualdad.

La sociedad capitalista no se caracteriza, como suele decirse, por el hecho de que en ella el 'débil' Estado se abstenga de intervenir en la vida económica. Tal idea pertenece también al arsenal de las ideologías encubridoras. Pues se trata justamente de un Estado que despliega a la vez, en la época del imperialismo, una potencia hasta entonces desconocida. El verdadero lema de la sociedad civil no es, en modo alguno, la ausencia de intervención, sino la movilización privada del poder estatal para una poderosa intervención en el campo económico"

El liberalismo, como bien estamos pudiendo contemplar, supone, en efecto, intervención brutal del Estado en beneficio de intereses corporativos privados. Así fue desde el comienzo, y así continúa siendo. El único enigma por resolver es cómo continúa gozando de tan buena salud la explicación simplista, contraria a los hechos, de los liberales, que disgregan sociedad mercantil y poder estatal como si fuesen polos opuestos.

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