jueves, 20 de marzo de 2008

Más instantáneas personales

He sido padre hace tan sólo un par de semanas. Se suele decir que la paternidad es 'lo más grande del mundo', 'una sensación intransferible', 'la cima de la realización personal'. A algunos amigos se lo he comentado: salvando obviamente las distancias, que son muchas y extensas, el sentimiento que me resulta más parangonable al de paternidad es la experiencia del enamoramiento. Sólo deseas la proximidad de tu hijo; no te cansas de su compañía, de mirarlo y disfrutarlo; tienes miedo permanente a que se quiebre la felicidad; no te molestan ni llantos, ni olores, ni incomodidades; y sientes continuamente deseos de abrazarlo, acariciarlo, cuidarlo, protegerlo.

Pero no es esta la razón que me lleva a compartir contigo este post. Quería contarte una anécdota, a mi juicio definitoria del mal que aqueja a nuestra generación, alejada crónicamente de los centros de decisión y responsabilidad por la generación de nuestros padres, que ocupa puestos profesionales e instancias de dirección desde que cumplieron apenas veinte años y que, si todo marcha bien, nos queda aún más de una década bajo su 'dominio' amable y estupefaciente. Percibo esta seña de identidad de nuestra generación hasta en el modo de referirme a mi hijo Roberto. Van más de cuatro ocasiones en que lo he llamado Pablo (o Pablito), el nombre de mi hermano menor, único quizá con el que he ejercido en alguna ocasión funciones tutelares. Curioso, ¿no te parece?

Unos nacen y otros fallecen. La anciana madre de un familiar cercano nos abandonó hace un par de días. Asistí al sepelio con mi novia. Las palabras del cura que oficiaba el entierro me dejaron atónito. Cuando llegaron los ruegos ('Dios de rogamos, óyenos', musitan en este momento de la liturgia los asistentes no descreídos) citó en primer lugar a la Iglesia, para que pueda continuar ejerciendo sus labores socialmente benéficas; en segundo lugar, pidió el ruego por 'los responsables políticos', para que abandonen la 'política de muerte' -y aquí pensé que se refería a las decisiones belicosas de algunos conspicuos y contumaces dirigentes- y abracen la 'política de la vida' -y aquí supe al fin que todo se disolvía en una proclama antiabortista-. Sólo en tercer y último lugar rogaron por la fallecida y su familia.

Lo vuelvo a decir: sería muy interesante que hubiese algún noticiario, algún periódico, algún medio digital, que nos acercase a determinados ámbitos opacos para la opinión pública. ¿Qué sucede y qué se dice en las misas? ¿Qué ocurre en las cárceles? ¿De qué se habla y cuáles decisiones se adoptan en los consejos de administración de las grandes compañías? ¿Cuáles son las consignas y proclamas que sirven de rancho espiritual a los ejércitos mercenarios de hoy en día?

El liberalismo nació abanderando una idea noble: sólo es legítimo el poder que se ejerce con transparencia. Sus secuaces actuales, antes que reclamar la transparencia de estos espacios de poder, prefieren decir que sólo existe el poder del Estado y que el poder social es una entelequia marxista, pues en el tablero social sólo podemos contemplar la interacción universal entre una multitudinaria red horizontal de sujetos iguales. A quienes todavía hoy hablan de poderes fácticos, y de la conveniencia de regular y limitar su actuación en pro de la libertal individual, nos llaman, curiosamente, enemigos de la libertad.

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