miércoles, 10 de septiembre de 2008

Democracia y capitalismo (II)

(Ya ven, dice uno mañana y regresa a las tres semanas. De comentarios y sugerencias a mi anterior apunte ha venido un estado, que podríamos llamar de 'crisis', en relación a este humilde portal. La deferencia hacia el lector exige, en efecto, la brevedad como divisa principal. Y a eso me voy a obligar)

Soberanía nacional y soberanía popular. La democracia, en su aspecto institucional, necesita ineludiblemente una base social que actúe como poder decisorio de carácter originario. En casos como el de Bolivia, parece que existe tal diferenciación interna que bien podría justificarse la creación de otra unidad política territorial de carácter democrático, si no fuese por el hecho de que el factor aglutinante de esas comunidades diferenciadas es estrictamente económico, no político. La pulsión secesionista se torna entonces en otra faceta más de la aporía de la democracia capitalista, a saber: quien detenta el poder social consiente la decisión amparada en el sufragio en tanto que no dañe sus privilegios adquiridos, pues, en caso contrario, la presunta democracia deviene dictadura. Como es bien sabido, que este síntoma se encuentre allí localizado en departamentos concretos no obedece sino al emplazamiento concentrado de los recursos naturales a explotar. Por tanto, no puede ni empezar a invocarse la soberanía popular de determinadas comunidades, enfretándola a la soberanía nacional boliviana, porque tal principio pertenece a la esfera de la política, no de la economía.

Esferas política y económica. Dice Jürgen Habermas con razón que el conservadurismo bloquea eficazmente el discurso transformador oponiéndole la complejidad social. Nada es modificable por entero, porque las cosas sociales tienen su propia inercia, a veces casi inamovible. En concreto, el conservadurismo apela a la complejidad como un modo de afirmar la inviabilidad de transformar la economía mediante decisiones políticas, porque ambas esferas cuentan con sus propias e intransferibles reglas. Esconden, en consecuencia, la determinación brutal del campo político por parte de las decisiones económicas. Convirtiendo la complejidad en dogma elemental,y promoviendo, más que el quietismo, la actividad desaforada y socavadora de quienes dominan, esconden lo que habría de ser la conclusión de su réplica a la izquierda: que como las cosas sociales son complejas, los planes de transformación deben ser meditados y complejos igualmente.

Y sobre todo quieren inmunizarse frente a la segunda consecuencia racional de su argumentación: del mismo modo que a veces no es realista, ni sensato, ni prudente modificar la economía desde la política, porque la inmanencia de aquélla es poderosa, tampoco otras es realista, ni sensato, ni prudente querer a toda costa un modelo económico frente a una inercia poderosa e incontenible de la política, cuya detención requiere el uso desmedido de la coacción y la violencia.

El liberalismo conservador, en cambio, ha elegido siempre para casos como éste esta última vía antipolítica, autoritaria, iliberal y contraria a los derechos individuales, mostrando con ello cuán poco se cree sus propios principios. Por eso, antes de que se adelanten, y aprovechando las circunstancias actuales, mal no vendría que se empleara de una vez contra los golpistas y los oligarcas rebeldes de Bolivia toda la coacción institucionalizada que legítimamente está a disposición del Estado.

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