jueves, 18 de junio de 2009

Sólo el fascismo nos libra del fascismo

No es un juego de palabras. La concentración del mal acontecida en las décadas de los treinta y cuarenta en Europa impactó tanto al hombre que volvió a rodearlo de autocontenciones. Horrorizado por lo que era capaz de hacer --negarse a sí mismo--, puso de nuevo fronteras a sus pulsiones destructivas. No creo que el arrepentimiento sea un factor de importancia menor en la conducta humana. Antes bien, pienso que está en la base incluso de la religión cristiana. Recuerdo en este sentido El Evangelio según San Mateo de Passolini: el asesinato, popularmente aclamado, de un inocente hubo de producir un horror tan profundo que se tornó en culpa, sentimiento de pecado e imposición moral.

Pues eso: de no haber sucedido lo que sucedió hace décadas estaríamos condenados indudablemente a experimentarlo. De acuerdo, el derrumbe del totalitarismo no hizo desaparecer el mal ante nosotros, que se ha continuado practicando con total cinismo, impunidad y desprecio por la vida ajena hasta hoy mismo, con asesinatos por ejemplo en el Perú en nombre de la eficiencia económica. Lo único que ha cambiado han sido los escenarios, lejanos y televisados, pero igual de crueles y sangrientos. Pero también esto se está modificando, pudiendo percibirse aquí y allá continuas infiltraciones de hábitos fascistas entre los aparentemente civilizados ciudadanos europeos.

Si por algo puede definirse el fascismo es por la desaparición, como dice Francisco Ayala en sus memorias, de los 'lazos invisibles de la solidaridad', de la 'buena fe', o de la 'confianza mutua', por expresarlo ahora con Claus Offe. La convivencia no se mantiene por sí sola, y mucho menos por alambicadas instituciones en que se delibera y legisla. La coexistencia es posible por pliegues más ocultos, por resortes menos evidentes pero más profundos y decisivos: por la expectativa de que el otro va a comportarse de acuerdo a un código de formas que en primer lugar repele la violencia sin finalidad. La sociedad se monta, en suma, sobre la certeza de que el transeunte que pasa a nuestro lado no se va a revolver sin venir a cuento para partirnos la crisma. Y en el momento en que esas contenciones invisibles comienzan a desvanecerse y empieza a instalarse entre nosotros la violencia arbitraria, y, más aún, su contemplación resignada, complaciente y atemorizada, entonces han de encenderse las alarmas.

Y las mías llevan un tiempo encendidas. No se trata sólo de que el nacionalismo extremo tenga cada vez mayor respaldo electoral, ni siquiera de que ministras italianas saluden al modo fascusta en actos oficiales. La cuestión es que la violencia ejecutada sin culpa contra otras personas manifiesta la desconsideración hacia su humanidad, síntoma principal de la deriva fascista. Y eso es lo que puede apreciarse en el caso del boliviano amputado, cuyos fornidos patronos parecen dos agresivos porteros de discoteca que aspiran a tener esclavos mejor que empleados. Y eso es también lo que puede verse en la brutal detención del inmigrante en Barajas que acaban de dar a la luz El País y Público, tratado como un fardo inerte por policías con cuerpo de niñatos culturistas. Y eso, en fin, es lo que desemboca en situaciones como la de Nápoles el mes pasado, cuando una víctima inocente de la violencia ciega de la mafia no encontró el más mínimo auxilio de nadie porque todos huían despavoridos para salvar su propio pellejo.

Ese es justamente el proceso del fascismo: en primer término, la violencia ejercida por aquellos en los que se tiene depositada un mayor grado de expectativas por ocupar posiciones de responsabilidad y tener a su cargo la libertad de las personas; y, una vez desatada la rebelión del poder, la espantada general y desarticulada para salvar la propia vida condenándose así en bloque a la muerte física o civil. Si nos libramos de que este proceso se desencadene por estos lares, bien ante nuestra vista, es porque aún mantenemos el recuerdo presente de lo que sus síntomas significan. Pero, por desgracia, el olvido es paciente, constante e inexorable...

2 comentarios:

Mar Fernández dijo...

Hola, eres Sebas, verdad? Soy Mar. Nos conocimos en Almería hablando de fascismo. Tienes un blog estupendo y te he puesto en mis feed rss de google para no perderme ninguna entrada.

Sebas Martín dijo...

Hola Mar! Toda una alegría verte por aquí. Agradezco tu elogio, pero yo tengo una opinión más modesta: es sólo un medio de supervivencia, un portal para desahogarme y evitar así crisis de hipertensión! Muchas gracias por tus palabras y un abrazo