lunes, 11 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (III)

Reaccionarios y posmodernos...
Entre las muchas ocupaciones que Madrid permite para rellenar el ocio, destaca entre todas ellas la oferta cinematográfica, no circunscrita, como ocurre en provincias -verdad, querido anónimo-, a los últimos bodrios muy bien distribuidos procedentes de Hollywood. Desde que frecuento la capital, dos han sido las salas que me han permitido ver joyas clásicas o clásicos modernos velozmente descatalogados en la atmósfera encantadora de una sala de proyección: el Círculo de Bellas Artes y el Cine Doré (así es, la Filmoteca, iniciativa financiada por el Ministerio de Cultura limitada incomprensiblemente a Madrid).
El pasado sábado volví a visitar las instalaciones de la Filmoteca, en esta ocasión para ver una película integrada en ese oportuno ciclo permanente Por si aún no la has visto. Se titula Palíndromos y su director es Todd Solondz. Si no se me escapa ninguna, creo que he visto casi todas las producidas por este realizador judío supuestamente trasgresor: Wellcome to the Dollhouse, Happiness y Storytelling. Hasta ahora, todas ellas me habían transmitido la impresión de estar facturadas por un tipo que habla con toda crudeza de los aspectos más ocultos, por vergonzantes, del comportamiento y los deseos humanos. La niña gorda de la Casa de Muñecas, incapaz de obtener ninguno de sus retos personales por falta de voluntad; la familia burguesa perfecta de Happiness, interiormente podrida por la contención de los instintos; la descarnada realidad del inmigrante ruso, incapaz de escrúpulos morales porque en su caso lo que está en juego no es el amor sino lisa y llanamente la supervivencia; o la mordaz y certera crítica a Michael Moore en Contando historias, siempre me habían parecido argumentos y tópicos tratados con inteligencia y con la rara capacidad de provocar el estremecimiento, hacer tambalear las seguridades del progresismo irreflexivo y ponerte a cavilar, mediando además disfrute y admiración.
Otra sensación muy distinta me suscitó su última película, un manifiesto religioso antiabortista envuelto en los oropeles de la narración discontinua posmoderna. Cierto es que uno no tiene creada una opinión firme e inamovible en esto del aborto (me pregunto si acaso la tengo en algo en esta vida), y que la experiencia de la paternidad -tal y como presentía- me ha servido para corroborar empíricamente la impertinencia de magnificar -existencial o materialmente- el hecho de tener un hijo. Se daba además la circunstancia de que, antes y después de ver la peli de la que os hablo, estaba enfrascado con La edad de la razón de Sartre, quien colocó en el epicentro de toda la trama, como detonante de las coyunturas y las decisiones más radicales, precisamente un embarazo imprevisto y la posibilidad de un aborto. En fin, que al ser ya padre hasta iba pareciéndome de lo más burgués todo el discurso convencional del hijo como factor contrario a la independencia, la libertad, la autorrealización y demás retórica encubridora, en suma, no de una experiencia romántica, arriesgada y radical, sino más bien de un egoísmo pequeñoburgués y conservador que no tolera pasar sin caprichos, vivir con compromisos y entregarse enteramente a los otros.
Pues ni aun de ese modo, ni siquiera teóricamente predispuesto a sintonizar con una crítica a la progresía en este asunto del aborto, caló en mí dicha inclinación panfletaria y manipuladora que gastan los evangelizadores, y es que en la peli todo me olía a folletín sectario, desde el vaciado de órganos al que someten a la adolescente embarazada hasta las 'inocentes' canciones del grupo de freakes cristianos. Ahora bien, todo muy bien presentado, desorientando al espectador con la ¿audaz? estratagema de representar a la misma protagonista con varias actrices.
Qué mal ha envejecido cierto posmodernismo, sobre todo cuando trata de colocarnos en la premodernidad...

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