lunes, 2 de febrero de 2009

Autoridad y control

La escasez de tiempo bloquea el ejercicio de la ciudadanía. El trabajo, la insoslayable necesidad de dedicar a él la mayor parte del día para encontrar acomodo y estabilidad, impide no ya el compromiso activo con los movimientos sociales, sino la mera lectura sosegada de prensa escrita que te permita estar un poco al tanto de la actualidad que te circunda. Vivo envuelto en titulares, sin tiempo para descender a los detalles y crearme una opinión sólida sobre los acontecimientos que, según dicta la oligarquía mediática, conforman nuestro efímero presente.


La cuestión es que no me he enterado de nada acerca del enjambre de espías en Madrid y en el PP, salvo que existe y afecta a altos cargos conservadores. Cuál fue mi sorpresa cuando, el pasado sábado, contemplé de pasada cómo un programa de Telecinco de estos con gran audiencia sacrificaba con cierta crueldad a Mariano Rajoy como lider democristiano. Los sucesores, al parecer cantados: Rato o Gallardón. Lo que más me sorprendió es que todo esta historia por entregas, que debiera haberse saldado con un (mayor) descrédito de Esperanza Aguirre, parece que va a terminar costando la cabeza del anciano Rajoy.


A mí en cambio la existencia de la red de espionaje me ha resultado reveladora en otro sentido: por la inclinación acentuada de quienes se llaman conservadores a controlar las relaciones políticas y sociales. Algo de eso dejaban vislumbrar ya los seguimientos -casi totalitarios- a que la Comunidad había sometido a ciertos líderes sindicalistas como medio rastrero para desprestigiar las movilizaciones contra la política privatizadora. Pero ahora emerge con toda claridad: no son sino aquellos que recurren a la espontaneidad social contra la regulación quienes al parecer se dedicar a vigilar y controlar todo conato de espontaneidad, incluso procedente de sus correligionarios.


Ya José María Ridao puso de manifiesto que el neoconservadurismo termina cayendo en su propia trampa, víctima de la paranoia de la seguridad: baja en un comienzo los impuestos, dejando sin financiación servicios básicos, pero termina endeudado hasta las cejas por la inversión masiva en policía y armamentos que realiza para saciar su afán controlador y que ya, debido al formidable empobrecimiento producido, no hay manera de sufragar. Se delata de ese modo, pues con sus decisiones demuestra saber bien que la desregulación económica conduce a la conflictividad y ésta a la represión.


Pero puede que exista una suerte de equilibrio inmanente -por emplear de nuevo, como ayer, la jerga conservadora- que hace que uno de los polos en juego reaccione de modo exacerbado cuando todos los esfuerzos y energías se incliman del polo opuesto. Al descontrol económico le correspondería así irremediablemente un ejercicio desmesurado del control en los terrenos social y político.


Algo de ello puede verse también en relación a la autoridad, cuya práctica desaparición va acompañada de su nostalgia. Si alguien vio el pasado lunes la entrevista ciudadana a Zapatero comprobaría que muchos invitados anhelaban una autoridad rotunda, intervencionista, que resuelva a golpe de decreto y decisión problemas particulares acuciantes. Por supuesto que eso demuestra hasta qué punto las tendencias propias de súbditos siguen adheridas a nuestras costumbres políticas. Dos siglos de autoritarismo nacional-católico no pasan en balde. Pero también se patentiza con ello la sed que existe de política, de una política que sea capaz de gobernar el caos económico.

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