miércoles, 4 de febrero de 2009

Homo Ludens

Hay un lugar común, algo arrogante y presuntuoso, a tenor del cual la lucidez es fuente de tristeza, mientras que una cierta inconsciencia, una ignorancia medida para las cuestiones existenciales e intelectuales, serían motivo de sana placidez. Recuerdo aún que lo único que me llamó la atención de Ética para Amador, ese manual soporífero y desmovilizador del ínclito Savater, fue el intento de refutación de que la inteligencia sea causa de permanente desazón, la defensa de la inteligencia como placer.

En su continuo despertar al mundo, mi hijo me corrobora esta opinión. Ya empieza a identificarnos y a identificarse, ha comenzado a comprender aquello que le rodea, cada vez entiende más cosas y responde animado a mayor número de estímulos. Y siempre lo hace con jovialidad, con un entusiasmo contagioso. Conocer le hace reír.

Si ha llegado a arraigar la preferencia por una inteligencia atrofiada, quizá sea porque se ha invertido mucho esfuerzo en demostrar que sus pulsiones terminan provocando frustración y represión. Pero cultivando esa creencia no nos acercamos a una naturaleza inmaculada y prístina del hombre, desprovista de complicaciones artificiales e impuras. Antes bien, lo genuino del hombre es precisamente disfrutar ejerciéndola, basar su vitalidad en la razón y el conocimiento.

No hay comentarios: