sábado, 26 de septiembre de 2009

Autoprofecías

Creo que era Kant quien afirmaba que las autoprofecías son patrimonio de los poderosos. Así es: resulta muy sencillo pronosticar el futuro cuando tienes el poder suficiente para producirlo a tu antojo y en tu propio beneficio.

Cuando escucho a tipos como el presidente de la patronal de la banca augurándonos un porvenir de desempleo, quiebras empresariales y ruina económica no dejo de acordarme de aquella apreciación kantiana. Buena parte de los que anuncian un futuro aciago atribuyendo la responsabilidad en exclusiva al presidente Zapatero tienen mucha más capacidad que éste para determinar el curso de los próximos acontecimientos. Piensen si no en la capacidad de esa misma banca para hacer quebrar empresas si no concede créditos. La cuestión no es ya que resulte un simplismo aberrante denunciar que la formación en el gobierno es responsable única de estos padecimientos, ocultando el hecho de que la economía no sigue ya los designios de la política y que, caso de hacerlo, tan responsables fueron los anteriores gobiernos promocionando este capitalismo especulativo como el actual, incapaz de adoptar ni una sola medida preventiva. El problema es que para salvar estos escollos, acaso cuenten con mayor posibilidad de actuación y éxito algunos agentes económicos que el propio consejo de ministros. Pero eso nos remite entonces a un problema aún mayor: el alcance de la democracia en el seno del capitalismo.

La democracia capitalista se basa en última instancia en la buena voluntad y en la creencia de que es un modo aceptable de proteger y promover los propios intereses. Su base social se caracteriza por la desigualdad y la jerarquía, amparadas ambas, presuntamente, en la más eficaz producción y distribución de bienes. En oposición al tradicional poder político impositivo, su método de gobierno ha de ser la gobernanza, dado que ha de granjearse el consentimiento y la aquiescencia de quienes ocupan el vértice de la sociedad. Si éstos ven que las medidas gubernamentales, por muy mayoritarias que sean, dejan de salvaguardar sus intereses, nada o poco les impide el recurso a la desobediencia, a no doblegar su voluntad frente a normas que consideran heterónomas y opresivas.

Por eso la democracia real y el socialismo o la homogeneidad económica van parejas. Sólo con intereses realmente homogéneos y con poderes sociales más o menos equipotentes puede funcionar el principio de la mayoría. Lo característico de la sociedad de nuestro tiempo, en cambio, es que se autoconcibe como democracia y se estructura como capitalista. De ahí que en el plano de la retórica gocen de buena salud los argumentos democráticos, y hasta jacobinos, que sirven ahora para considerar al gobierno como responsable último de los acontecimientos sociales, mientras que en el plano de la realidad sean los parámetros liberales los verdaderamente vigentes, permitiendo que existan sectores con mayor poder que el propio gobierno, hasta el punto de que, si sus voluntades concurren en idéntico sentido opositor, pueden derrocar y hundir al gobierno que se les enfrente.

Y éste de ahora, el nuestro, es tan torpe que ha preferido consolidar en la práctica a dichos sectores y enfrentarse a ellos en el terreno del discurso y las consignas.

No hay comentarios: