lunes, 28 de septiembre de 2009

Lecturas electorales

Ayer se celebraron elecciones en Alemania y Portugal y hoy en España ha comenzado la tromba de reacciones. Como suele ocurrir, cada cual arrima el ascua a su sardina y, en definitiva, los resultados electorales extranjeros no hacen sino confirmar las propias posiciones nacionales. Por eso hay que leer en clave nacional la opinión de nuestros analistas en política internacional.

La lectura progresista: centrismo y división de la izquierda. Los datos de los comicios alemanes arrojan una doble conclusión creo que indiscutible: por un lado, podemos contemplar una victoria conservadora que sobre todo se ha apoyado en un sensible crecimiento de los neoliberales, y por otro, asistimos a una derrota estrepitosa de los socialdemócratas, que desde 2005 llevan perdidos más de noventa diputados de un hemiciclo compuesto de seiscientos veinte escaños.

En interpretación de El País, la victoria conservadora se cifra en la capacidad de Merkel para hacer política centrista y en la credibilidad de las propuestas neoliberales del FDP. Sin embargo, la actual canciller ha perdido apoyos (del 35,2% de los votos ha pasado al 33,8%) y probablemente algunos de los que ha mantenido se explican por su marcado tono social , mientras que la ascensión liberal no se debe a éxito centrista alguno, sino más bien a la consolidación y crecimiento de las posturas neoconservadoras justo en el tiempo en que se ha demostrado de manera fehaciente su carácter desastroso.

Por su parte, la abultada derrota del SPD es leída como efecto del desgaste en el poder y, ojo al dato, como consecuencia de haber contribuido al establecimiento del Estado del bienestar, de modo que la sangría de votos no se debe tanto a su conversión neoliberal sino a su pasado socialista, que de no haber existido haría más creíble su nueva fe mercantil. La conclusión, siempre según El País, es que la izquierda se aleja del gobierno porque de nuevo está dividida, mostrando con ello no sólo una comprensión dictatorial de la política --al parecer infructuosa en un contexto pluralista y sólo viable con la dialéctica de bloques unitarios-- sino también su consueta preferencia por un gran (y aburrido) bipartidismo de centro. Es lo que tiene preferir la gobernabilidad a la justicia y la democracia, que deja de entenderse la situación de la izquierda en Alemania, pero también en Francia, Reino Unido, Italia y Portugal.

Mi lectura de la derrota socialdemócrata es muy otra. Ya mi padre, todo un vocacional de la política, me decía que regla elemental de las coaliciones es que, cuando llega la revalida electoral, el socio minoritario sale perdiendo porque se interpreta o bien como traidor o bien como fuerza innecesaria. Para coaligarse hace falta tener poder, y si no lo tienes es mejor continuar aspirando a conquistarlo. Y esto no pareció comprenderlo el SPD, cuyo vertiginoso descenso evidencia mucho más de lo que pretende El País: en primer lugar, el declive generalizado del socioliberalismo, cuyas similitudes económicas con los conservadores les resta identidad propia, de ahí que crezcan los partidos a su izquierda y que se debilite electoralmente, ya que no mediática e institucionalmente; en segundo, la falta de credibilidad de quien se opone a los conservadores siendo ministro de un gobierno conservador; y en tercer lugar, la falta de fuelle de un candidato sexagenario que escenifica mejor el cansancio de una idea que el vigor de un proyecto (o la mesura, la constancia y la prudencia de un gobernante, bien representadas por la Merkel).

Y la fragmentación de la izquierda, lejos de implicar un desastre para ésta, como sugiere nuestra progresía, supone todo un reto y el reflejo de una esperanza. Todo un reto porque el hecho de que Los Verdes y Die Linke sumen casi el mismo porcentaje de votos que el SPD les pone ante la prueba del diálogo, la negociación, la transacción y la estrategia, asignaturas que los dirigentes socialdemócratas, con su clara tendencia derechista, tienen pendientes para la próxima cita. Y una esperanza porque impulsa a seguir confiando en la democracia como fuente de legitimidad del gobierno ya que es posible convencer incluso contra el viento y la marea de los poderes fácticos.

Lecturas conservadoras: faltos de ideología y repartición de la miseria. Para la derecha, en cambio, los resultados en Alemania reflejan que la izquierda anda carente de 'un cuerpo doctrinal coherente y unitario'. Como los progresistas, interpretan que la variedad ideológica es un mal en democracia, cuando debiera ser justo lo contrario, una bendición. En el fondo, añoran la hegemonía socioliberal e invalidan tácitamente toda alternativa a la izquierda, que es lo que en realidad temen. La supuesta ausencia de unidad ideológica no significa sino la nulidad, por su presunto fracaso histórico, de toda ideología izquierdista, de ahí la constante inclinación a desacreditar como comunista a Die Linke, borrando su conexión con la lógica del Estado social, y la oculta preferencia por las polémicas domésticas y superficiales con la socialdemocracia.

Pero si algo puede deducirse de las elecciones, al menos en boca del prepotente Melchor Miralles, es que la península ibética ha quedado como último reducto izquierdista. Y la profundidad de la crisis en Portugal y España no serían sino las consecuencias de esa obcecación política. Claro, tanto da que Italia cuente con una crisis galopante desde hace más de un lustro pese a su gobierno derechista, que las formaciones neoliberales cual el PP hayan provocado buena parte de esas agravantes españolas que nos siguen hundiendo en la recesión, que gobiernos conservadores como el alemán hayan adoptado hasta el momento tácticas propias de Keynes como la subida de impuestos y que gobiernos socialistas como el portugués haya tomado medidas de carácter neoliberal. Lo que importa es fabricar una consigna sencilla, unilateral, bien comprensible para todas las mentes y susceptible de ser difundida con facilidad. Así le va a la derecha... tan rematadamente bien.

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