miércoles, 14 de mayo de 2008

Historia y servicio público

Por influjo de La Arqueología del saber de Foucault, me figuré durante algunos años el movimiento histórico como la incesante estratificación de un yacimiento, en el cual las diferentes capas permanecen sordas las unas a las otras. Las distintas épocas nada tienen que decirse entre sí porque nada pueden comunicarse; su recíproco exotismo no deja lugar a ninguna fibra continua y universal que las atraviese, ni racional, ni religiosa.

Aunque quizá tal representación pueda valer para períodos muy prolongados -según demuestra el hecho, por ejemplo, de que nada nos pueda decir hoy el razonamiento mágico de antaño- creo que es insatisfactoria para comprender el trascurso de la historia más reciente. Lo que puede observarse para los últimos siglos, más que una cancelación definitiva de estratos históricos por otras mentalidades superpuestas, es una incesante acumulación de perspectivas que está en la base de la complejidad contemporánea. La última palabra, la llamada a materializar cualquiera de las diferentes cosmovisiones que en la esfera espiritual comparten vigencia por igual, no es sino la praxis. Por eso creo que los dos conceptos más útiles para adentrarse en la realidad contemporánea son los de totalidad (o infinito, por expresarlo con mayor rigor siguiendo a Emmanuel Levinas) y pragmatismo. El primero denota la totalidad de enfoques acumulados, que a su vez alberga una infinitud de posibilidades latentes, y el segundo la circunstancia de que es la práctica la que, según los imperativos de la necesidad, pone en acción cualquiera de tales posibilidades.

Pues bien, toda esta soflama viene al caso para ilustrar la inminente y gigante subida del recibo de la luz. ¿Por qué? Pues porque se legitima tal encarecimiento acudiendo a una mentalidad incongruente con la privatización de los recursos energéticos. En efecto, aunque comenzase -como casi todo para el Estado democrático y social- en la I República francesa, sólo a fines del siglo XIX cobra auge la legitimación teleológica del poder público: los gobernantes -que no representantes- sólo pueden reclamar obediencia justamente cuando cumplan la finalidad que están llamados a colmar: la prestación de servicios públicos que garanticen las condiciones indispensables para una vida digna. Leyes obreras, estatalización de recursos, doctrinas jurídico-administrativas como las de Léon Duguit o Gaston Jéze venían a apuntalar el nacimiento del Estado-providencia. Este modo de legitimar el poder funcionó durante varias décadas, incluso bajo las dictaduras tradicionales, pero tenía como rasgo estructural una intervención de la potestad estatal en las relaciones económicas que lo hace incompatible con la actual privatización creciente de los servicios. El Estado entonces no tutelaba una sociedad autorregulada, sino que la producía. El servicio público no era una ocasión para el lucro, sino el deber ético de los dirigentes y los funcionarios.

El hecho de que la subida del precio de la luz se justifique alegando los costes de producción y distribución nos demuestra hasta qué punto la lógica del service public sigue conservando su potencia ética, y, por contraste, nos pone en evidencia en qué medida la lógica del mercado es incompatible con el abstecimiento de bienes de primera necesidad. Nadie parece preocuparse del destino efectivo que tuvo aquel billón de pesetas regalado por Aznar a las eléctricas en concepto de "transición al mercado libre". Parece que tampoco nadie quiere señalar que en esos costes de producción que todos debemos cubrir se incluyen los dos millones de euros que Pizarro cobró por su cara bonita, los sueldos multimillonarios de los consejeros de administración, los costes que puedan originar las aventuras financieras en que las empresas eléctricas se embarcan. En fin, parece que nadie relaciona esos costes que no se asumen con facturas medias de 100€ con las ganancias estratosféricas de Endesa e Iberdrola, empresas que, en última instancia, no son sino el patrimonio privado de unas pocas familias perfectamente localizables. Si tan sólo se trata de convertir el recibo de la luz en una tasa, en la que el administrado paga exactamente lo que cuesta producir el servicio, ¿por qué no estatalizar las eléctricas y ponerlas bajo el mando de técnicos cualificados con sueldos medios?

El problema vuelve a ser cómo oponerse a estos desmanes en los que se transparenta la complicidad entre el Estado y las empresas, o, más bien, la subordinación del Estado a éstas últimas. Que yo sepa, nadie puede pasar ya sin frigorífico, ordenador, calefacción y vitrocerámica... La jaula de hierro weberiana es demasiado asfixiante.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

vrtDesengañese, nos subiran la luz, ya lo han hecho con alimentos tan basicos como la leche, los huevos y el pollo, los jovenes y menos jovenes no pueden independizarse, pues no pueden costearse una vivienda, los trabajos no pueden ser más precarios.....pero aqui no se moverá ni dios. Muy triste pero asi es, es la maldad del capitalismo que vivimos,ya se encargan ellos mismos de tenernos entontecidos con las chorradas que nos ponen en tv y otros medios de comunicación, los padres no pueden ni medio educar a sus hijos, pues se pasan todo el dia trabajando(ambos) para medio sobrevivir y cuando regresan a casa estan extenuados. La enseñanza es pésima y los modelos que les hacen seguir a nuestros jovenes son los de o.t., gran hermano etc. el esfuerzo y el estudio hoy no es digno de admiración, enfin solo me entran ganas de decir aquella frase de finales de los 70: que paren el mundo que yo me bajo....Y que nadie quiera rebelarse contra todo esto, es algo que no me explico, al menos los jovenes que siempre han tenido más rebeldia, pues nada ni esos.....

Anónimo dijo...

españa es un pais poco cohexionado, salimos de una dictadura y todavia estamos aprendiendo lo que es democracia. Diría que una sociedad avanzada es aquella en la que sus ciudadanos se interesan por el bien público, tienen iniciativas colectivas, cuidan su entorno y se reparten las tareas ordenadamente. Una sociedad atrasada sería aquella en la que el bien publico es pateado, ciudadanos individualistas que se encierran en sus casas millonarias y que delegan sus responsabilidades en déspotas.

Anónimo dijo...

Los bienes de primera necesidad como el agua y el pan deben ser baratos y los lujos caros, como en francia. Haber si aprendemos democracia de una puñetera vez, y mister zp nos está poniendo el pan a precio de rolls royce. Somos el hazmereir de europa, nivel de vida millonario y familias con el agua al cuello. Ahora explota un avión y el culpable será el que cambia las ruedas. En Rne toman por imbeciles a los ciudadanos, no nos merecemos estos medios putrefactos. Aqui tiene que irse a la calle mucha gente.

Anónimo dijo...

Esto es lo que pasa con la privatización. La televsión ha pasado de ser familiar a ser pestilente, nuestros medios han sido comprados por las empresas norteamericanas sustituyendo la poca programacion española de calidad por la basura de digestion rapida de miky mouse.