viernes, 2 de mayo de 2008

Maximalismos de izquierda

Ayer comentaba que, lejos de lo habitualmente enunciado por tertulianos y periodistas, el PSOE se adhiere más firmemente a las reglas del capitalismo que el propio PP. Bien sea por inseguridad y temor ante una eventual y temible oposición de la clase empresarial, o bien porque la élite de su aparato está plenamente inserta en la oligarquía financiera (como bien demostró la Comisión de Investigación de la Comunidad de Madrid sobre el famoso caso de Tamayo y Sáez, ocasión en la que salió al descubierto hasta un milmillonario del inmueble miembro de IU), el caso es que el PSOE no toca ni tocará un ápice de la estructura económica, no ya en un sentido socialista, vigilando la incesante acumulación del capital en pocas manos, sino ni siquiera en un sentido francamente liberal, asegurando la competencia y la concurrencia en los diversos órdenes del mercado, como el de la distribución alimentaria o el de la producción cultural. Basta con atender a los órdenamientos jurídico-económico europeos para comprobar que lo proclamado en España como intangible e inalterable se regula generosamente en otros países, los cuales, no por casualidad, llevan a España una inmensurable ventaja en todo lo relativo a educación, infraestructuras, sanidad, cultura, comunicaciones, idiomas y civismo.

De hecho, leía hoy en Público que los sectores cercanos a Zapatero no ponen reparo ético alguno al paso de su asesor económico al sector privado de la construcción. El fundamento de su planteamiento no es otro que la fe liberal, según la cual la acumulación de ganancias no crea privilegios, desigualdades y resentimiento sino que es beneficiosa para el conjunto de la sociedad pues siempre vuelve a ella en forma de inversiones que producen puestos de trabajo. Qué más da entonces que este tipo pueda influir en las decisiones estatales en beneficio de unas pocas empresas, si el crecimiento de tales corporaciones repercute positivamente en el conjunto de la nación. Qué importa, pues, hacer responsable de toda la Universidad y la Investigación a una empresaria especializada en patentes de biología molecular en un ministerio volcado en la producción económica -según la presentación de Zapatero-.

Estos mismos hechos nos ponen en evidencia cuánto trazo grueso, cuánta falta de análisis de la complejidad existe en las afirmaciones a tenor de las cuales el PSOE y el PP son lo mismo. Para nada; e incluso para perjuicio de la socialdemocracia actual, si observada desde parámetros rígidos de la izquierda. Y todo esto pasa inadvertido sencillamente porque tales aseveraciones parten de una percepción dogmática de la política. O aplicas y reproduces el dogma que de forma preconcebida define la identidad de la izquierda o sino entras sencillamente en un saco común donde las diferentes visiones de la cultura, la ecología, la sociedad, las relaciones internacionales o la nación quedan desdibujadas por la complicidad con el capitalismo. Quizá sea este dogmatismo, esta supremacía de las concepciones prefijadas -fruto ellas mismas de la lejanía respecto del mando político-, uno de los males que aquejan actualmente a la izquierda llamada alternativa y transformadora.

Por otra parte, la connivencia del PSOE con las reglas del 'libre' mercado puede contemplarse desde dos ángulos complementarios: mucha gente -desde ciudadanos de a pie hasta eminentes catedráticos- interpreta con censurable provincianismo que sus medidas representan el máximo de izquierda posible, más allá de las cuales comienzan los radicalismos disgregadores, el fanatismo y el temor a la inestabilidad. Podemos entonces imaginarnos hasta qué punto la socialdemocracia es depositaria de muchas esperanzas colectivas y en qué medida las traiciona e instrumentaliza. Pero su actitud también supone una remisión a la ciudadanía activa. Su neutralidad no hace sino acatar el hecho incontrastable de que con las leyes y desde los parlamentos no se transforman estructuras económicas si no se ven acompañados de una población vigilante, movilizada y reactiva frente a las ilegítimas intromisiones del mercado en la libertad y autonomía personales.

No acusemos, pues, a un partido de lo que es un mal instalado en la sociedad. Aquí radica otra insuficiencia de la izquierda alternativa: aun sabiendo que las raíces de los cambios se incrustan en la colectividad no cesan de colocar el origen del inmovilismo presente en la dialéctica parlamentaria entre los partidos.

Y, por último, esta complacencia capitalista del PSOE no puede tampoco eliminar del análisis los restantes aspectos de la gobernación política. No es lo mismo tener a Álvarez Junco presidiendo el Centro de Estudios Políticos que a Carmen Iglesias, ni tampoco presentando el telediario a Urdaci que a Milá, ni menos aún presentando libros falangistas a Sánchez Dragó que a Javier Rioyo, ni a Bernat Soria o Carme Chacón al frente de responsabilidades ministeriales que a Federico Trillo o Arias Cañete, ni, en fin, haber impulsado una renovación estatutaria contra viento y marea que financiar generosa y acríticamente todo fasto nacionalista que potencie el virus autoritario de la unidad antipluralista de la nación española. He ahí, en conclusión, el mal principal de la izquierda maximalista, siempre de espaldas ante el carácter complejo y multifacético de la interacción social debido a su obstinada idea de que todo nace y muere en la institución propietaria y la economía.

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